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EN NECOCHEA

Un hotel de lujo, rodeado de mansiones: El balneario que sedujo a la aristocracia porteña en la Belle Époque

El Hotel Quequén fue uno de los destinos preferidos de la aristocracia argentina del siglo XIX pero quedó “devorado” por el puerto; desde hace cuatro décadas, recuperado por sus pasajeros frecuentes, funciona como un apart hotel. Te invitamos a leer este interesante artículo del diario La Nación en su sección “Lifestyle”, escrito por el autor Mariano Chaluleu, el cual incluye imágenes exclusivas de Diario Necochea.

Aun es posible encontrar, en algunos edificios de Quequén, vestigios de un pasado dorado. Quedan en pie tres magníficas casonas que reflejan el impacto de la Belle Époque en la ciudad. El chalet Astelarra, la imponente casona Stella Maris y la mansión Villa Maris, que encierra una historia decadente y trágica. Esta última fue construida por Juana de Spinelli en 1908, luego fue sede del prostíbulo “Otil-Clar” (razón social que surgió de los nombres de sus propietarias, Otilia y Clara), estuvo usurpada durante años hasta que, finalmente, en 2014 fue escenario de un crimen atroz que conmovió a toda la región: un padre mató a su hijo de un escopetazo y luego se suicidó provocando un incendio que destruyó parte del edificio.

Todas las casonas (las que se mantienen en pie y las que se demolieron) fueron construidas alrededor del Hotel Quequén, que sirvió como mojón para el trazado urbano de la ciudad y marcó una época. Tuvo el salón comedor más grande de Sudamérica, construido sobre la playa, donde los mozos vestían de blanco para servir el almuerzo y con traje oscuro a la hora de la cena. Desde cualquiera de sus mesas, vestidas con manteles de hilo bordado, cubiertos de plata y platos de porcelana, se podía ver y escuchar el mar.

Fue uno de los grandes hoteles de la Argentina, de la misma categoría que el Hotel Bristol en Mar del Plata, el Llao Llao en Bariloche o el Tigre Hotel. Sin embargo, su gloria duró hasta mediados de la década del 20: la ciudad nunca llegó a ser lo que aspiraban sus fundadores. El puerto devoró todo su glamour.

Originalmente, el edificio principal del Hotel Quequén fue construido en forma de “L”, con planta alta solo en el frente. Dos décadas más tarde, en la ampliación de 1914, obtuvo su forma actual: una organización en forma de claustro, con un gran patio central (con una fuente que fue testigo de romances de verano) y planta alta en todo su perímetro.

Hoy, 132 años después de su construcción, sigue en pie. Ya no funciona como hotel: sus habitaciones fueron reconvertidas en departamentos, que fueron comprados por muchas familias que eran habitués de alojamiento. Pero entre el mar y “el legendario hotel” ahora hay una muralla de silos….

La tierra de los Guerrico
Su nombre original fue “Hotel Balneario Victoria”. Comenzó a funcionar en 1892, pero recién tuvo su inauguración oficial en 1895, cuando fue adquirido por Juan Larraburu y Joaquín Arana, quienes delegaron la administración en un experto hotelero: José Cano, que firmaba cada uno de los avisos en diarios y revistas, como garantía de excelencia.

La capacidad máxima del hotel era de 300 personas. Y contaba con los mejores servicios de la época, inspirados en los grandes hoteles de balnearios europeos. Tenía salones de billar, baile, masaje, lectura y recreo, confitería, fábrica de hielo y peluquería. Además, contaba con una estafeta de correo propia, un destacamento policial y un telégrafo de la provincia.

Néstor Jorge Freitas es autor del libro ‘100 años del hotel Quequén’ y conoce mejor que nadie la historia del monumental hotel.

-Néstor, ¿en qué contexto se construye el “Hotel Balneario Victoria”?
-Antes de 1890, muchas familias de la oligarquía asentada en Buenos Aires veraneaban en dos lugares: el Delta y Colonia del Sacramento, Uruguay. Este último destino tenía ventaja ya que contaba con plaza de toros y casino. Sin embargo, la crisis económica de 1890 produjo una fuerte reinversión de capital en el país, se construyeron hoteles de lujo en distintos destinos, y esas familias que antes iban a Colonia comenzaron a mirar hacia adentro.

-Al mismo tiempo, el tren se expande por todo el país.
-Exacto. A partir de la década de 1880 comienzan los primeros viajes en tren a Mar del Plata. Quequén recibe el tren en 1893, que tiene un gran impacto en la zona. Hasta entonces, viajar de Buenos Aires a Quequén era una odisea: se tardaba ocho días en diligencia… ¡y con el tren se podía hacer el mismo viaje en 12 horas!

-¿Quiénes estuvieron detrás de la construcción del Hotel Quequén?
-Todo comenzó con Don Manuel José Guerrico (considerado el primer coleccionista de arte de la Argentina, íntimo amigo de Domingo Faustino Sarmiento) y su familia. Los Guerrico eran los principales terratenientes de la zona, tenían una extensísima porción de tierra sobre el mar. Tras la muerte de su padre, los hijos de Manuel José crean la “Compañía Anónima Ciudad de Quequén” y venden varias fracciones a familiares accionistas. Entre todos financian la construcción del hotel, que empieza en 1892. Así comienza el desarrollo de la ciudad. Con la llegada del tren expanden el negocio inmobiliario.

-¿Por qué lo llamaron “Hotel Balneario Victoria”?
-Esta es mi opinión personal… Creo que fue inspirado en la figura de la Reina Victoria de Inglaterra. Desde la muerte de su marido, Victoria lideró al imperio más poderoso del mundo. Había una admiración por ella y por el Imperio inglés.

Mansiones dignas de Biarritz
El aviso que promovía la temporada de 1902, describe a Quequén como “comarca floreciente debido a los esfuerzos progresistas del conocido hacendado don Manuel Guerrico, el Quequén ofrece ya un núcleo de población veraniega muy importante, pues a los antiguos chalets se han añadido los que en la acurtalidad están construyendo, entre otros, el doctor Carballido y el señor Echagüe, verdaderas mansiones dignas de Biarritz”.

Y, a continuación, enumera algunos de las “numerosas personas conocidas” que frecuentan todos los años Quequén. A saber: “señor Emilio Mitre, director de LA NACION, Carlos Becú, Ramón Santamarina, general Capdevilla, Bernardo Iturraspe, doctor Anotnio Bermejo, doctor Wenceslao Bermejo, doctor Felipe Escalante, doctor Santiago O’Farrel, doctor Dardo Rocha, doctor Navarro Lamarca, señor Grandmontagne, señor Juan B. Medici, doctor Juan Carballido, doctor Carlos Salas, doctor Ezequiel Ramos Mejía, doctor Angel Estrada, señor Ramón Cárcano, señor Juan F. Sarhy, canóg. Mons. Duprat…” y cierra la lista con un “etcétera”.

Luego describe “la playa más segura donde, sin bañistas, pueden bañarse los niños”. Y advierte: “No confundir con Necochea. Tomen boleto para Quequén”.

-Néstor, los afiches de la época hablaban de lujos que, incluso hoy, suenan sorprendentes.
-Tenía amplios departamentos con vista al mar y un servicio de coches para realizar giras campestres; tenía peluquería, confitería, amplios salones de billar, de baile, de lectura y entretenimiento; también un sexteto de notables músicos que daban conciertos diarios. Había un gran equipo de mozos, a los que se les sumaban los empleados domésticos de la aristocracia, que a a veces acompañaban a sus patrones al balneario. Y eso no era todo… al pie del mar estaba el comedor, el más grande de Sudamérica, con 50 metros de largo y 13 de ancho, donde se servía una enorme variedad de platos y de vinos. Y también había un comedor aparte, en el que no se tocaba música, para los huéspedes más “amargados” que prefirieran comer sin tanto ruido de fondo. Contaba con todas las facilidades. Por más que lloviera, usted seguía entreteniéndose.

-¿Cómo era la experiencia de ir a la playa para los bañistas de la época?
-Había un estricto reglamento para los bañistas. Lo más destacable es que se prohibía la presencia de hombres a menos de 30 metros de las mujeres, salvo que las familias de ellas concedieran el permiso. El reglamento advertía que los hombres que rompieran esa regla irían presos. Claro que había algunos que espiaban a las mujeres desde lejos, con catalejo. Pero eso también estaba penado: a aquellos que descubriesen espiando, les aplicarían una importante multa. Había una temporada alta marcada, que comenzaba a mediados de diciembre y finalizaba en abril. Durante esos meses, se recaudaba el dinero necesario para pagar sueldos y enfrentar los costos de manutención que exigían sus instalaciones.

-¿Es cierto que en el Hotel Quequén funcionó la primera ruleta de la Argentina?
-Los historiadores locales afirman que los responsables del hotel colocaron una ruleta en el sótano el mismo año de su inauguración, en 1895. Que funcionó de manera clandestina durante un tiempo. No duró mucho y fue descubierta de manera absurda. Cuentan que había un grupo de hombres, pasajeros del hotel, que frecuentaban el lugar. Como no podían revelar el secreto de la ruleta, decían en sus hogares que salían a cazar. Se vestían con botas y ropa de cazadores, salían con sus armas cargadas. Pero, en realidad, pegaban la vuelta e iban derecho al subsuelo del hotel a jugar a la ruleta. Allí, aislados de todo ruido, podían pasar horas apostando. Sucedió que una de esas noches “de cacería” en los médanos, se desató una gran tormenta con rayos y fuertes ráfagas de viento. En el hotel empezó a cundir el pánico entre sus familias. Como no tenían noticia de los cazadores, dieron aviso a la policía. Curiosamente, poco después, llegaron los hombres con sus ropas secas, impecables… No les quedó otra opción que confesar qué era lo que realmente estaban haciendo.

-¿Cuánto duró el apogeo del hotel?
-Con el correr de los años Quequén se trasformó en el balneario preferido de las familias de clase media alta. Durante el primer gobierno de Perón, a través de las medidas políticas populares que se tomaron, comenzó a promoverse el turismo masivo. El fenómeno se dio en todo el país… y el partido de Necochea no fue la excepción. Pero en la localidad de Quequén su impacto no fue tan notable por la poca cantidad de plazas de alojamiento que poseía. Pero el Hotel Quequén ya había sufrido otro golpe, del que jamás se recuperaría por completo.

-¿A qué golpe se refiere?
-El puerto de Quequén. Fue construido en 1914 y, desde entonces, la playa perdió la tranquilidad que la caracterizaba. Además, con la construcción de unas torres de hormigón, el puerto le bloqueó al hotel la vista al mar. Al mismo tiempo, cambió la clientela. Recuerdo que en los 60, cuando yo tenía 12 años, mi padre abastecía de papas al hotel. Los huéspedes ya no eran exclusivamente de la clase alta. Iban los “primos pobres” de la oligarquía, aquellos que habían perdido dinero, fuera por vender mal sus campos o por hacer un mal uso de sus herencias. Después, a partir de la década del 70, cae definitivamente. Aparece la posibilidad de viajar en avión a otros lugares, de ir a las playas de Brasil. Entra en franca decadencia.

La Virazón
La ampliación del puerto le robó la playa al Hotel Quequén y barrió también la antigua rambla de madera. Para solucionar este inconveniente, un grupo de “veraneantes frecuentes” decidió fundar su propio balneario, al que bautizaron La Virazón (como se llama al viento que sopla desde el mar hacia la tierra durante el día). Su inauguración tiene fecha cierta: 24 de enero de 1970, con la bendición del padre Dardo Rodríguez Pérez.

Hoy, 54 años después, aun mantiene su espíritu familiar: todos se conocen. Y los nuevos veraneantes sólo pueden acceder por recomendación de un socio.

El Hotel Quequén cerró “definitivamente” en 1980. Muchas de las casonas que lo rodeaban ya habían sido abandonadas. Parecía condenado al mismo final que otros alojamientos monumentales de la Argentina, como el Edén Hotel de La Falda, Córdoba, o el Gran Hotel Termas de Villavicencio, en Mendoza.

Sin embargo, un grupo de huéspedes constituyó la Sociedad Anónima Edificio Quequén con un único objetivo: salvar el edificio que habían disfrutado tantos veranos junto a sus padres para poder compartirlo con sus hijos.

Finalmente, el 15 de diciembre de 1983 compraron la propiedad a sus antiguos dueños, Elena y Claudio Larraburu. Y pocos días después, relanzaron el hotel con una fiesta “de época” que celebraron en el comedor. La invitación sugería un código de vestimenta “Belle Èpoque”, con ropas de fines del siglo XIX, emulando la época dorada del establecimiento.

La cantidad de accionistas de la Sociedad Anónima Edificio Quequén se multiplicó con el correr de los años. El antiguo hotel fue reconvertido en un “apart hotel”. Los huéspedes suelen encontrarse cada noche en el salón comedor, que ya no es tan grande como el original, ni los mozos visten de negro por las noches, pero que ofrece un menú para los ocupantes de los departamentos que no tienen cocina. El edificio se encuentra en excelente estado y es considerado Patrimonio Histórico Municipal. Hay familias que coinciden cada verano, “desde siempre”, en Quequén.

Diario Necochea

Publicado en lanuevacomuna.com

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