«Me pasé toda la vida buscando la verdad”
Ezequiel Rochistein Tauro y Noelia Lynch brindaron testimonios conmovedores en una nueva audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos por personal de la Fuerza Aérea en la zona oeste del conurbano bonaerense. Ambos reconstruyeron sus historias atravesadas por el terrorismo de Estado, el silencio familiar y las heridas que todavía persisten.
Noelia Lynch rompió todo vínculo con quienes la criaron. Ezequiel Rochistein Tauro fue apropiado tras el secuestro de sus padres y, años más tarde, logró restituir su identidad. Sus declaraciones, cargadas de dolor y búsqueda, aportaron no solo elementos a la causa judicial, sino también materia viva para la memoria colectiva.
“Tanto mi mamá como mi papá, Jorge Rochistein y Graciela Tauro, fueron desaparecidos por la dictadura”, respondió Ezequiel cuando el fiscal Félix Crous le pidió que iniciara su testimonio. Fue el primero en hablar en la audiencia número 24 del proceso, que hasta febrero tuvo como uno de sus imputados a Juan Carlos Vázquez Sarmiento, ex agente de Inteligencia de la Fuerza Aérea, acusado del secuestro y tortura de Jorge y Graciela. Vázquez Sarmiento ya había sido condenado por la apropiación de Ezequiel, a quien Graciela dio a luz en la ESMA. Falleció en prisión.
Durante su declaración, Ezequiel relató el modo en que fue arrancado de su madre, llevado al hogar de su apropiador y anotado como hijo biológico, con documentación falsa. También mencionó la intervención de Julio César Leston, otro integrante de la Fuerza Aérea, cuya confesión fue clave para encontrarlo. Su abuela Nelly Wuiovich de Tauro, junto a Abuelas de Plaza de Mayo, había comenzado a buscarlo desde los primeros días.
“Lo que sé es poco”, admitió. En los últimos años pudo reconstruir parte de su historia: se enteró de que sus padres se casaron a cuatro cuadras del lugar donde pasó su juventud, y conoció la casa de Hurlingham donde vivieron y de la cual secuestraron a Jorge.
“Durante muchos años no quería saber quién era”, confesó. Dijo haber tenido “una buena infancia”, y que aún convive con su apropiadora, Stella Emaldi. “Él también fue un buen padre, aunque acomodaba la realidad a su conveniencia”, dijo sobre Vázquez Sarmiento, con quien tuvo contacto hasta 2013 o 2014.
Convocado a una prueba de ADN en 2001, resistió durante casi una década. Recién en 2010 aceptó conocer su identidad. “Nunca lo visualicé”, aseguró, aunque luego empezó a “atar cabos”. Contó que el represor que lo crió hacía comentarios sobre la “guerra contra la subversión” y que una vez le dijo que su padre “se la había re bancado en la tortura”. En una de sus últimas conversaciones, el propio Vázquez Sarmiento le confesó: “Me terminó diciendo que era hijo de Graciela, que él la había llevado a la ESMA, que la había sacado de contrabando, que estaba viva y que la había visto en Madrid”.
“Siempre me arrepentí de no repreguntar. Repreguntar implicaba abrir una caja de Pandora que no quería abrir. Me paralizaba cuando él me contaba cosas”, cerró.
La maldad sin fin
Luego fue el turno de Noelia Lynch, sobrina del acusado Ernesto Lynch, ex militar y ex carapintada. Hija de otro integrante de esa familia con vínculos con la represión, Noelia relató los abusos y violencias sufridos dentro de su entorno. Cortó relación con su padre durante la adolescencia, cuando decidió abandonar la casa familiar.
“Mi tío se cuidaba más en sus expresiones, pero en su casa siempre se escuchaba la expresión ‘la defensa de la causa’”, dijo, refiriéndose al arraigo ideológico del clan Lynch con el aparato represivo. Ernesto Lynch fue jefe operativo de la patota de la VIII Brigada Aérea de Moreno, donde comandaba secuestros en camionetas conocidas como “Las Tres Marías”.
Uno de los recuerdos más marcados de su infancia remite a un operativo represivo que presenció desde su casa. “En ese operativo se llevan a un matrimonio que tenía una nena, hija de la señora, ellos desaparecen y a la nena la dejan en mi casa, que estuvo un tiempo y después es devuelta mediante escribanía”, recordó. Y agregó: “Yo la busqué muchos años, porque a mí me decían en casa que me tendrían que haber devuelto a mí y no a esa nena”.
Mientras declaraba, el acusado y su defensor escuchaban por videoconferencia desde el domicilio de Lynch. Aguardaron el cierre de su testimonio para arremeter:
–“Hace mucho que no habla con su familia, ¿no?”, le dijo el abogado Manuel Barros.
–“Hace años que no tengo contacto. Con nadie de la familia tampoco”, respondió ella.
–“Me he dado cuenta, porque usted dice que su padre vive, pero su padre falleció en enero. Gracias, no tengo más preguntas”.
Noelia contuvo el impacto y concluyó con claridad: “Para mí, estar acá es un deber para mis hijos. Siempre tuve miedo de que a mis hijos les pasara lo que me pasó a mí: la agresión, la violencia, el abuso, la desacreditación constante. Toda mi vida ha estado supeditada a la búsqueda de la verdad”.
La jornada incluyó otros dos testimonios: Gabriel Leston, hijo de uno de los imputados, y Roberto Estrampres, sobreviviente de la Mansión Seré.
La Nueva Comuna