Quien puede anhelar una Gestapo es porque nunca sintió repulsión por la tortura y el genocidio.
La derecha argentina suele esconderse detrás del maquillaje: Jaime Durán Barba les brindó un subterfugio acomodaticio: pueden pensar que “Hitler fue un buen tipo” –como se le escapó al marketinero ecuatoriano– y nunca se les notará los hilos dela máscara.
Habrá que volver a decirlo. La derecha nace como una forma de odio a lo popular.
Se instituye en la Asamblea Francesa, en el siglo XVIII para impedir la democratización de la izquierda jacobina.
Por eso se consolidó como el miedo absoluto a toda forma de organización popular y a quienes lideraban esas articulaciones.
Marcelo Villegas es capaz de convocar a los fantasmas genocidas de la Gestapo sin el más mínimo sentido inhibitorio: se llenan de euforia al verse protegido por las cruces gamadas de sus fetiches.
Ambicionan la imposición de un poder que persigue, que tortura, que aniquila.
Es que evocan la presencia de la Gestapo local en los años ´70 y ´80, con los integrantes del Comando Libertadores de América y con la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina.
Sus víctimas prioritarias –ayer y hoy– siempre fueron gremialistas y universitarixs. Actores políticos y sociales que reclamaban la unidad entre el mundo del conocimiento y el trabajo, mientras cantaban: “Universidad de los trabajadores/ y al que no le guste, se jode”.
La derecha, en sus diversas formas, se congrega y se alinea en base a un único motivo estratégico: impedir la acumulación de poder de los sectores populares.
Para eso tiene que limitar, prioritariamente, a quienes construyen redes sociales colectivas. Ya sea laborales, cooperativas o territoriales.
No hay nada más peligroso, para la cosmovisión de la derecha, que un universo de sujetos humildes hermanadxs por una esperanza común de realización colectiva.
Desde esa pirámide de autoridad los capitostes de la gestión disciplinaria se unen para imponer, disciplinar o aniquilar a quienes se asocian en pos de un trabajo más humano, de condiciones más tolerables, de salarios más dignos.
El mandato de la Gestapo fue (y es) sembrar el terror.
Es someter a la perpetua advertencia a los díscolos e insumisos que deben temer antes de rebelarse contra las reglas que benefician al privilegio.
Es destruir las redes sociales que se ensamblan voluntades capaces de defender intereses populares.
Es contribuir a la descrédito de lxs excluidos del mercado laboral y construir en forma paralela un imaginario de mancha criminológica sobre los gremialistas y/o los dirigentes populares.
La operación requiere la sempiterna colaboración de las propaladoras que demonizan a los movimientos sociales, a los integrantes de las comisiones de base, a los referentes políticos.
Con esa función sale al ruedo Villegas: arman causas judiciales y les piden a sus socios corporativos que sumen voluntades para exterminar a quienes exigen mejores salarios y ponen en peligro los ingentes dividendos.
Así, medios de propaganda mediática, operadores judiciales y funcionarios de la santa derecha republicana se eslabonan para humillar, debilitar, difamar, despreciar y ningunear a todo lo que se les pone en el camino.
La voluntad popular es el terror absoluto de la derecha. Es otra razón más para construirla, ampliarla y solidificarla.
El Argentino
Publicado en lanuevacomuna.com