«Quequén tiene tanto derecho a ser libre y perfilar su vida y su futuro, como lo tiene Necochea»
Por Ricardo Calcabrini
La historia argentina está plagada de acontecimientos absurdos y disparatados. Entre éstos últimos, deberíamos preguntarnos qué estamos proclamando, cuando cantamos pletóricos de emoción y voz en cuello “…ya a su trono Dignísimo, abrieron, las Provincias Unidas del Sur…”, o sea, nos abrimos a cierto trono Dignísimo…, en fin… Pero, esta entrega en letra y música al monarca, generó (y genera) menos dependencia que ciertas actitudes y hechos que, lejos de estar marcados con sangre en nuestras páginas de historia, pasan triste y absurdamente desapercibidos. La vergonzosa actitud de Urquiza, el 17 de septiembre de 1861, en la batalla de Pavón, por ejemplo, es un caso emblemático que nos marcó como nación.
En esa histórica jornada se encontraron (imposible decir cara a cara, porque ni de lejos se miraron), el caudillo “federal” Justo José de Urquiza, y el líder unitario, el porteño general Don Bartolomé Mitre. Portador de todo un récord, Mitre, había sido derrotado en todas las batallas, inclusive, por los indios en Sierra Chica. Las tropas federales obtenían una victoria inobjetable. En fin, casi inobjetable.
Objetable para el propio Urquiza que se niega a coronar la victoria. El mismo Mitre, en fuga (como era su costumbre), se sorprende cuando le llega el famoso parte: “¡No dispare, general, que ha ganado!” Mitre, entonces, regresa a recoger los laureles de su primera y única victoria. ¿Y Urquiza? Urquiza regaló su triunfo más completo, se vuelve sobre sus pasos y, de manera cansina, emprende la retirada. Se retira, pues, a Entre Ríos, a su gobierno, a su castillo en San José, a su cuantioso ganado, a su acuerdo de que nadie lo moleste a cambio de haber entregado la Patria Federal. ¿Habrá tenido algo que ver un norteamericano de apellido Yatemon, que fue y vino de un campamento a otro durante toda la noche? Sólo Urquiza y Mitre lo supieron. Y los norteamericanos, por supuesto…
Lo que nosotros sabemos, es que allí se pisotearon las banderas y se enterraron los sueños de vivir en una Argentina federal. Los papeles podrán decir cualquier cosa, pero somos una organización –en los hechos-, profundamente unitaria.
Cierto filósofo porteño (de cuyo nombre no quiero acordarme), sostuvo que “…Buenos Aires es una gran ciudad, carente de un gran país…” Por ahí sigue marchando el desatino: el gran orbe cosmopolita y civilizado, versus la barbarie del interior.
En la “civilizada” capital de los argentinos, se paga más barato el gas, la luz; es sensiblemente más barata la nafta, el gasoil, el gnc, el transporte es de mejor calidad y más económico…Y nosotros, los bárbaros e incultos especímenes del interior (interior de qué y de quién, deberíamos preguntarnos), de segunda categoría, pagamos la fiesta capitalina. O, ¿quién cree usted que subsidia la orgía palaciega unitaria, con descomunal esfuerzo de bolsillo?… Exacto! Acertó! Nosotros, desde el interior, mandamos remesas de dinero y pagamos costos absurdos y exorbitantes, para mantener la calidad de vida de los herederos de Mitre. Y -vaya dato no menor-, nos bombardean el cerebro todo el día con la problemática de la avenida 9 de Julio, como si eso nos cambiara en algo y, además, debemos escuchar la sarta de tilingos e ignorantes que emiten opiniones pseudo objetivas, a los gritos y espeluznantes aullidos. ¿Pensamiento y reflexión?, olvídese amigo! Eso es “aburrido”…Mucho más fácil y sencillo es que piensen por nosotros o nos digan cómo pensar.
Félix Luna, definió nuestra situación con magistral pluma: “…nosotros imaginamos el federalismo como una mujer esbelta y bella…una especie de estatua de la libertad porteña, pero el federalismo, no es más que un enano macrocefálico con extremidades raquíticas…un País donde el puerto fagocita los sueños provincianos…una realidad que sólo es parte del inconsciente colectivo nacional…”.
Por eso, creo, con convicción creciente que, al contrario del filósofo porteño – del puerto de Buenos Aires es propicio aclararlo-, me permito convertirme en filósofo de ocasión para aseverar que: Argentina es un gran país, con una capital que se encarga de exprimirla y achicarla en su propio beneficio. La maldición de Urquiza.
El drama, el verdadero drama, es que consciente o inconscientemente, repetimos esa deplorable costumbre nosotros también.
El caso de la autonomía de Quequén, es un caso emblemático. La ignorancia, o cierto berretismo político, hace que en cada oportunidad que los vecinos reflotan este tema, obtengan o la negación obtusa o la adhesión irreflexiva. En el primer caso es común escuchar la teoría de que es preferible gobernar un distrito de cien mil habitantes que uno de ochenta. Se justifica que se negocia mejor (por peso del electorado) y aumenta la calidad política del Intendente. Notable error: la consideración que se tiene de un intendente, es el apoyo de su pueblo y, siempre, el apoyo de su comunidad está directa y absolutamente ligada a la calidad de su gestión. Ninguna otra consideración vale. Cientos de intendentes de comunidades pequeñas y medianas, gestionan con sus respectivas gobernaciones (de igual o distinto signo político) con notable éxito, respaldados, eso sí, por el buen suceso de su gestión.
Si no, son una piedra en el zapato. Siempre y para todos. Eso sí, duran poco…
La adhesión irreflexiva, en general, es propia de la demagogia de las épocas electorales. Tocar una fibra, buscar un sentimiento, raspar en donde más duele, hacer bandera de reivindicaciones justas sin el menor convencimiento, para luego abandonar la patriada, son algunas de la actitudes que terminan desmoralizando e, inclusive, desinflando una causa.
La justicia del reclamo de la autonomía de Quequén, merece respeto y seriedad. Entender que además de necesaria es posible y que –digámoslo claramente-, tiene costos. Su propio sistema de salud, de seguridad, de higiene urbana, de bomberos, de defensa civil, por citar algunos ítems, conlleva gastos y se necesitan recursos para solventarlos. Se me dirá de un lado del mostrador, que la cobrabilidad de las tasas urbanas es muy baja en Quequén y que eso la hace insustentable. Me permito preguntar: ¿será la misma, cuando la comunidad sepa que su aporte va claro y directamente a paliar las necesidades y expectativas de su pueblo? ¿Cuándo los propios quequenenses decidan el dónde y el para qué? Hoy los ciudadanos de Quequén se sienten ciudadanos de segunda. ¿Por qué? Porque así son tratados. Simplemente cuentan para épocas electorales o soluciones cosméticas superficiales.
Seamos capaces de comprender que, una Quequén autónoma y floreciente, ayuda y complementa al crecimiento (ya demasiado tardío) de Necochea. Una sana competencia que deviene en complemento ético y estético. Hay que mirar con grandeza, para alcanzar pensamiento estratégico.
Casas más, casas menos, tenemos unos 2164 municipios en Argentina. ¿Sabe, usted, cuántos hay en Alemania? 12.013 (inclusive uno que según el censo del 2010, acusaba 8 habitantes…). No embromemos. Si no podemos lo menos, jamás lograremos lo más. Comencemos por casa. Comencemos a pensar y a actuar de manera federal.
Quequén tiene tanto derecho a ser libre y perfilar su vida y su futuro, como lo tiene Necochea. Y todos los municipios del país. Como deberían ser de autónomas todas las provincias que se reportan a un verdadero Estado Federal que se respete y respete.
Dicen los físicos que es imposible romper la “flecha del tiempo”. Es decir, se puede pensar en un viaje temporal hacia adelante, nunca hacia atrás porque el tiempo viaja en una sola dirección.
Tomando nota de esto, sabemos que no podemos exigirle al mercader de Urquiza, que no abandone la batalla que ganó. Ni podemos disfrutar de otra derrota de Mitre y su previsible fuga a campo traviesa.
Como cayó, quedó. Pero podemos modificar hacia adelante. Podemos y debemos. Podemos ayudar a que algunos sueños se realicen. Y debemos buscar los caminos que nos lleven hacia un horizonte más feliz. Aunque en estos tiempos esa palabra parezca una quimera inalcanzable…
PUBLICADO EN LANUEVACOMUNA.COM