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OPINION: EL TAMAÑO DE LA MENTIRA por RICARDO CALCABRINI




El tamaño de la mentira

por Ricardo A. Calcabrini

“…con naranjas explicalo, con naranjas…”, repetía hasta el hartazgo mi amigo. A mí me parecía fantásticamente simple la definición de Scalabrini Ortíz, sobre que en cuestiones de economía se trata de saber sumar y restar, y si uno no comprende, pregunta, y si sigue sin entender, es porque lo están queriendo robar. Está bien, decía, pero hacelo más sencillo aún: “tengo dos naranjas, gano dos más, tengo cuatro. Si me afanan o me comen tres…, me queda una, así, fácil…”.

Tenía razón. Cuánto más sencillo y transparente, mejor. Probemos con naranjas.

Hablemos del “mercado”. ¿Alguien sabe qué corno es “el mercado”?

En general, una sarta de inescrupulosos, con voces impostadas y caras que fingen seriedad y preocupación, hablan pavadas en nombre del mercado. “Que el mercado va a responder, que el mercados va a hacer llegar una catarata de inversiones, que el mercado estabilizará la economía y eso será el despegue definitivo del país a la constelación de los desarrollados…“. Mentirosos que en nombre de una supuesta objetividad, son voceros de los históricos expoliadores de la Argentina y de las personas de bien que la habitan. A todos jodieron y joden. A todos. Trabajadores, desocupados, comerciantes, empresarios criollos no vinculados a sus rentas espurias, a todos. Sin excepción. Son representantes de aquellos que ganan fortunas con la desventura de las personas. Hoy, por ejemplo, de los exportadores que viven una orgiástica fiesta de ganancias. A 40 mangos el dólar la Argentina es barata para comprar. Los exportadores de granos, vaya el caso, reciben dólares por sus ventas. Fiesta para sus bolsillos. Dolor del laburante. ¿Por qué? Porque sigue cobrando su sueldo en pesos y los precios –así es la historia argentina-, se actualizan en dólares. Por lo tanto, perdieron poder de compra. Caen las ventas, baja la rentabilidad hasta el costo de mantenimiento y luego…, cierra el comercio, el taller, la pyme, la empresa vinculada al consumo interno y como consecuencia inevitable, se pierde el empleo, la fuente de trabajo, el ingreso familiar, la dignidad. No está a salvo de este espiral de achicamiento, ni aquél pobre que, por tener trabajo hoy, cree que está a resguardo de la desventura. Error. Fatal.

Eso es el mercado. Una mentira para justificar ajustes. Siempre en el cinturón de los que menos tienen. Vademécum FMI. Recetado por los matasanos vernáculos. Un remedio que no cura, mata. A propósito de remedios y salud. Al mercado no le importa la salud pública porque es un gasto. La salud, para el mercado, es para quién pueda pagarla. ¿Y aquellos que no? Pues no tendrán atención pública o será de pésima calidad. Ni salud, ni remedios para quién la tenga quebrantada. Sólo para el que paga. Señores, la salud para estos personajes es simplemente un negocio. De ninguna manera un derecho humano básico.

Otra naranja -perdón otro tema-, es la cuestión de las tarifas. Hay que pagar mucho y soportar que siga el estrangulamiento hasta no dar más. ¿Y aquél que no puede? Que pase frío y, además, que apague la luz. ¿Y los niños? Esos son problema de los padres, no del estado. Que se aguanten. ¡O no tengan hijos, caramba! El mercado es ganancias para las empresas, no una oportunidad de vivir mejor.

La educación es una quimera descartable para el mercado. Aquél latiguillo tan repetido y rebuscado de que “…a este país lo que le falta es educación…”, apostrofado por cualquier tilingo poniendo cara de haber descubierto la cuadratura del círculo; no es un desvelo para el mercado. Sepa, amigo, que para el mercado la educación tiene que ser paga. Para una élite. Para seguir aumentando la brecha de posibilidades entre los que pueden estudiar y los que no. Es decir, apara ellos. ¿Y el resto? ¿Su hijo, el mío, el del vecino? Individuos de descarte. Carne de cañón como mano de obra menor, en el supuesto caso de conseguir algún conchabo. La educación como escalera social ascendente que equipara clases sociales y posibilidades; pretende ser guardada el galpón de los trastos viejos…

¿Y cuando hablamos del mercado interno? ¿Es una naranja para nosotros o para que la chupen otros?
Me parece que deberíamos aprender a discernir cosas sencillas: la contradicción mayor en el mundo de la economía y de la política; es si se gobierna para dios mercado, o para el mercado de las personas cotidianas. Para una entelequia infame y voraz; o para los humanos, sensibles, con alegrías y tristezas, con salud y enfermedad; con hijos, nietos, con sueños, esperanzas y, fundamentalmente, una sola vida que se nos escabulle con el transcurso de las horas…

El sentido de un Estado, el fin principal de un país serio, es que su pueblo viva bien. Que tenga una vida apacible. Vivible, disfrutable. Lo demás es chamuyo, cartón pintado.

Cuando hablamos de mercado interno, decimos de una política económica que se orienta a que las personas que viven en nuestra geografía, los ciudadanos, tengan disponibilidad para satisfacer, cómodamente, sus necesidades básicas.

Para eso, hay que entender que el gas y la luz…son conquistas sociales! Todos los habitantes de nuestro suelo, deben poder encender la luz, iluminar su vida y calefaccionar el hogar dónde viven. Sin sobresaltos. Tan sencillo como esto. Para eso está el gobierno. O gobierna, para pocos o para todos. El estado, debe (no puede, debe) subsidiar tarifas. Para que las personas paguen menos. ¿Y a quién subsidia?, a las empresas proveedoras de gas y electricidad para que no se quejen, lloren, hagan berrinches y pucheros porque ganan poco. De esta manera conservan una tasa de rentabilidad (menor, pero suficiente) y las personas viven como merecen las personas, no como animales.

Cuando decimos mercado interno, entendemos que usted tenga un dinero en el bolsillo por si se le rompe el jean o a su hijo las zapatillas. Entonces, en vez de remendar ad infinitum y pegar como se pueda hasta cuando se pueda, entonces, decíamos, se compra otro jean u otras zapas. Así usted vive mejor y mejor viven los comerciantes del rubro que, a su vez, generan trabajo. En la tienda, en la zapatería, en el bar, en el restorán…Porque el mercado interno permite y necesita que usted pueda ir con su familia, de cuando en vez, al cine y a comer una pizza con una cerveza. Se llama calidad de vida. Y lo merece.

Cuando cuidamos el mercado interno, protegemos la salud pública. Porque el bien más preciado es la vida de las personas. Es lo único que de verdad tenemos. La salud y los medicamentos deben estar al alcance de todos los ciudadanos. No es difícil de entender. Cuidar la salud es un deber de cualquier estado organizado. Acá no hay negocio. Todos pasamos por enfermedades y padecimientos. ¿Dónde está escrito que unos tengan la posibilidad de restablecerse y otros no alcancen a curarse? ¿Dónde? ¿No somos todos iguales con los mismos derechos? Para el perverso dios mercado, todos tenemos igualdad formal, pero no real. Para el mercado interno, todos debemos tener acceso a la dignidad.

Y la educación señores, la educación… Es cierto que Argentina es un faro que ilumina las necesidades y expectativas de toda América. Porque nuestra educación pública fue siempre de excelencia. Primaria, secundaria y universitaria gratuitas. ¡Maravilloso! Eso es tener un pensamiento estratégico.

Eso es pensar un país inclusivo. Con posibilidades (aunque para la universidad no baste sólo la gratuidad) para grandes franjas sociales. El resto es oscuridad. Ignorancia. Carne de cañón. Material de descarte. Sencillo. Con naranjas.

Sepamos que nos mienten cuando nos dicen que el mercado va a mejorar nuestras vidas. Sólo el círculo virtuoso del consumo popular la mejora. Lo demás, chamuyo, mentira, engaño para afanarnos las naranjas que nos pertenecen. Y chuparlas. Y si se quedan con sed (siempre tienen más), no lo dude, vienen por nuestra sangre…

ESTABA PENSANDO 2030

PUBLICADO EN LANUEVACOMUNA.COM

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