La brutalidad con la que se dispersó la manifestación de jubilados e hinchas fue escandalosa en la vía pública, del mismo modo que la maniobra del oficialismo libertario dentro del Congreso para proteger a Milei. La violencia utilizada en vez de proyectarse no demuestra autoridad, sino fragilidad.
A las 18:07 del miércoles 12 de marzo de 2025, el titular de la Cámara de Diputados, Martín Menem, interrumpió de manera irregular una sesión en la que la oposición contaba con los votos para anular las facultades delegadas a Javier Milei y restablecer el funcionamiento de la comisión de Juicio Político. A esa misma hora, Menem cerró el Congreso para resguardar al presidente, ya que esta vez el oficialismo no logró revertir la votación ni mediante presiones ni comprando adhesiones, estrategias que habían empleado con éxito en otras ocasiones. Será un hecho que quedará registrado en la historia.
Mientras tanto, en las calles, las fuerzas de seguridad actuaron con una ferocidad desmedida. Implementaron un operativo con tácticas de control propias de escenarios bélicos para reprimir con extrema violencia a los manifestantes, que ejercían su derecho a protestar pacíficamente y resistían el avance de los gases lacrimógenos, los disparos y los camiones hidrantes. Un sector de la movilización avanzó hacia la Casa Rosada. La Plaza del Congreso quedó sembrada de cartuchos verdes y azules, y el centro de la ciudad se transformó en un escenario de represión generalizada. El aire se volvía irrespirable por los químicos dispersados mientras patrulleros recorrían las calles en busca de detenidos y helicópteros sobrevolaban la zona.
El fotógrafo Pablo Grillo fue gravemente herido cuando una lata de gas impactó en su cabeza, provocándole una fractura de cráneo. Al cierre de esta edición, luchaba por su vida mientras Patricia Bullrich ofrecía entrevistas en televisión. “Es un militante kirchnerista que hoy trabaja en la municipalidad de Lanús”, justificó la ministra de Seguridad, responsable de las fuerzas represivas. El mensaje es inequívoco: el castigo, incluso letal, está destinado a quienes desafíen al gobierno. Ese fue el único motivo por el que más de 150 personas fueron arrestadas. La evidencia es clara: un camión hidrante de la Policía de la Ciudad avanzó por la avenida Rivadavia al grito de “Vengan zurdos”.
Son postales de un autoritarismo desembozado que contribuyen a un panorama sombrío para la democracia en el país. La Corte Suprema, cuya conformación es objeto de controversia, ha sido desautorizada por instancias judiciales inferiores, atravesando una crisis de legitimidad que el gobierno profundizó al imponer jueces por decreto. La designación de Manuel García Mansilla podría generar un conflicto entre los tres poderes si el Senado decide rechazar su pliego y el Ejecutivo insiste en mantenerlo en funciones hasta el vencimiento de su comisión en noviembre. La intención de Milei es clara: busca la confrontación con el Congreso.
El miércoles, el oficialismo no logró imponerse mediante negociaciones, sobornos o presiones, y enfrentaba la certeza de perder dos votaciones claves en Diputados. La primera buscaba revocar las facultades delegadas al presidente que le confiere la Ley de Bases; la segunda, restablecer la Comisión de Juicio Político, que en algún momento podría definir su futuro. La maniobra para impedirlo consistió en sacar a Oscar Zago del recinto y aprovechar la confusión para que Menem clausurara la sesión de manera abrupta e ilegítima.
Como en la Hungría de Orban o el Israel de Netanyahu, las apariencias institucionales se mantienen, pero lo que ocurre en los hechos se aleja de cualquier estándar democrático. El aparato mediático oficialista replicó la versión del gobierno: en lugar de manifestantes, describieron barrabravas; donde hubo represión, hablaron de restaurar el orden; y transformaron una masiva protesta contra Milei en una absurda teoría conspirativa sobre un intento de golpe de Estado orquestado con torpeza. Es el preludio de más violencia política y persecución.
El sueño de Milei como emperador se alimenta de violencia y la ministra Bullrich se encarga de suministrarla. Desde temprano, en las inmediaciones del Congreso se evidenciaban las señales de su estrategia habitual: veredas destruidas y escombros dispuestos estratégicamente, policías de civil listos para provocar disturbios, un patrullero abandonado como invitación al vandalismo que alguien terminaría aceptando, tachos de basura dispuestos para ser incendiados, patrullas apostadas para capturar manifestantes al azar durante la desconcentración. Las cámaras de televisión registraron incluso a un policía colocando un arma en el suelo para justificar una detención.
Desde la Casa Rosada celebrarán esta demostración de fuerza con un discurso que sus voceros repetirán con escasa variación. Pero aunque insistan en que controlan la situación, la represión no es señal de fortaleza, sino de debilidad. Un gobierno solo recurre a la violencia cuando no logra sostenerse de otra forma. O, dicho de otro modo, ningún gobierno reprime si está atravesando un buen momento. Milei no lo está, pero ha demostrado que está dispuesto a sostener su mandato a cualquier costo, incluso con sangre. La incógnita es hasta dónde se lo permitirán.
La Nueva Comuna