crossorigin="anonymous">

MEMORIA & DDHH

Los relatos de la catástrofe: la representación de la Dictadura en la literatura argentina

Todo crítico político o cultural anhelaría que su juicio representara la razón histórica y que su interpretación se impusiera como verdad universal. Sin embargo, la historia es un campo de disputa donde ya no solo los escribas del poder tienen la palabra. Hoy, las miradas sobre los fenómenos políticos son múltiples, pero si hay un hecho innegable es el siguiente: la última dictadura cívico-militar llevó adelante un plan sistemático e ilegal de persecución, secuestro, tortura, asesinato y desaparición de personas, con el respaldo de una parte significativa de la sociedad civil, que incluso vivió ese período como un alivio.

Siempre me intrigó cómo ciertos sectores sociales —o fragmentos de diferentes clases— lograron convivir con el terror de aquellos años. ¿Cómo fue posible? Primero, porque crecí en una familia que podría inscribirse en ese segmento de la población que no tuvo familiares desaparecidos ni vínculos políticos definidos, aunque tampoco se identificaba con la derecha (“soy peronista, nunca me interesó la política”). Segundo, porque el terror, pese a su brutalidad, no se percibía como una opresión constante o insostenible; de algún modo, la vida cotidiana continuaba, aunque me cuesta imaginar cómo era posible encontrar momentos de felicidad en ese contexto (más allá del controvertido Mundial ’78).

Esa «zona gris» de la población, que no fue víctima ni victimaria, que no desapareció ni hizo desaparecer, es esquiva a la representación. Por eso, hace más de veinte años, cuando los relatos sobre la memoria aún eran resistenciales y no parte del relato oficial, me propuse analizar cómo aparecía esa franja social en la literatura que aborda la Dictadura. El resultado de esa investigación es la tesis Los relatos de la catástrofe. La representación de la Dictadura en la literatura argentina, que terminé hace más de una década y que este año será publicada por la editorial Prometeo.

Las ideas centrales del trabajo son las siguientes:

Esa «zona gris», utilizando el concepto de Primo Levi, solo puede percibirse de manera indirecta, ya que rara vez es el objeto central de la narración (es casi inaprensible en términos literarios).

Siguiendo a René Girard, la sociedad argentina llevó a cabo un sacrificio humano, en tanto la violencia nunca desaparece, sino que se regula y ejerce de distintas formas. Consumado el sacrificio y con las manos aún manchadas de sangre, la sociedad rubricó un pacto tácito: el Nunca Más, principio bajo el cual seguimos viviendo. Este acuerdo implícito establece que el Estado no debe asesinar a aquellos a quienes debe proteger.

El terrorismo de Estado colocó en el centro de las ciencias sociales la cuestión de la memoria. Como consecuencia, la literatura que aborda la Dictadura ha sido predominantemente realista: se escribe para transmitir una verdad, en un contexto donde el testimonio se convirtió en la herramienta clave para recuperar lo que el aparato represivo intentó borrar. Esto plantea un dilema: ¿dónde reside esa verdad que la literatura busca construir? En la mayoría de los casos analizados, se encuentra fuera del ámbito literario.

A la generación que recibió su educación formal durante la Dictadura —la mía, que ingresó a la escuela primaria en 1974 y terminó el secundario en 1985— la denomino la generación perdida, en contraposición con la inmediatamente anterior, a la que llamo la generación desaparecida. Crecimos bajo la influencia directa de los planes sistemáticos de reorganización social implementados por la Dictadura. Tal vez por eso muchos de nosotros nos convencimos de que «nacimos con el alfonsinismo», aunque para entonces ya teníamos casi veinte años y lo mejor de nuestra vida aún estaba por venir.

Hoy, esta generación ronda los cincuenta y tantos. Es un grupo intermedio entre los padres y madres desaparecidos y los hijos que nacieron en cautiverio, fueron secuestrados de bebés o simplemente crecieron sin sus progenitores. La llamo perdida porque sus proyectos políticos oscilan entre el individualismo extremo y el idealismo con juicios morales absolutos. No es su responsabilidad que ningún proyecto político termine de convencerla, ni que no logre articular uno propio con capacidad de hegemonía, pues los ochenta y noventa fueron décadas de transformaciones profundas en el orden global, no solo en Argentina. La revolución tecnológica alteró incluso nuestra dimensión libidinal. Me atrevería a decir que el sueño menemista, la menemista way of life, aún no ha llegado a su fin.

P.D.: Cuando desarrollé esta idea, los nombres que imaginaba como emergentes de esta generación estaban lejos de ser Sergio Massa y Javier Milei, pero, paradójicamente, ellos fueron los representantes que terminaron disputando las últimas elecciones presidenciales.

Con información de Agencia Paco Urondo

Publicado en lanuevacomuna.com

Deja un comentario


Soporte Wordpress por Efemosse y Alipso
Verificado por MonsterInsights