¿Celeste o azul ? La disposición de las franjas. Las enseñas más antiguas
“Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, mándela hacer blanca y azul celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de V. E.”, escribió escuetamente Manuel Belgrano en su despacho al gobierno porteño, ejercido entonces por el Primer Triunvirato y manipulado en las sombras por el secretario Bernardino Rivadavia.
Y fue precisamente Rivadavia quien de puño y letra le contestó que hiciera pasar por un rapto de entusiasmo “la bandera blanca y celeste” y le ordenaba que la pusiera a buen resguardo, es decir, la relegara a un diplomático olvido. Para que no quedaran dudas, le remitía otra, similar a la que ondeaba entonces en el fuerte, la gualda y roja, que identificaba a la monarquía española.
Temían en Buenos Aires que ese acto de fuerte contenido soberano alterara las relaciones con Inglaterra, entonces aliada de España en el frente napoleónico, y ponía la primera disonancia en los enigmas que aún rodean la creación del símbolo patrio.
Conforme a la tradición rosarina, la primera bandera de Belgrano, confeccionada por María Catalina Echavarría de Vidal, constaba de dos paños verticales, uno blanco del lado del asta, y otro azul-celeste.
El rechazo formal del Triunvirato alcanzó a Belgrano recién en Jujuy, adonde había sido destinado como comandante en jefe del desmoralizado Ejército del Norte. Ahí, previo otro juramento a orillas del río Pasaje (rebautizado Juramento), fue exhibida en la Casa de Gobierno provincial, en conmemoración del segundo aniversario del 25 de Mayo.
¿Se trataba de la misma bandera que había sido enarbolada por primera vez en la Villa del Rosario?
Según las convenciones militares, las enseñas pertenecen a las guarniciones, no son patrimonio de su comandante. De acuerdo con esta norma, la bandera original debería haber permanecido en su ciudad de cuna.
La sintética descripción de Belgrano contribuyó a alimentar la polémica. Si como él mismo pone por escrito, tomó inspiración de la escarapela que había promovido para diferenciar a sus ejércitos de los realistas, debió adaptar el diseño de la misma a otro formato.
Ese diseño de dos paños reaparecería, corregida, en el Ejército de los Andes, con un escudo en el medio. San Martín, que compartió con Belgrano los tórridos meses del verano de 1814, en el norte del país, pudo tomar nota de su expreso pedido de conservarla y hacerla enarbolar cuando formara ejército.
Recién el Congreso Constituyente reunido en Tucumán, a poco de declarar la Independencia (1816) legitimó la enseña, ya con tres franjas horizontales, pero sólo en calidad de “bandera menor”, postergando la resolución de determinar los parámetros de la “bandera mayor”.
Posteriormente, en 1818, el cuerpo legislativo, sesionando en Buenos Aires, consigna “azul” y agrega “en el modo y forma hasta ahora acostumbrado”, lo que disparó interpretaciones varias.
Pragmático y astuto, Juan Manuel de Rosas viró el color hacia el azul turquí (intenso) para hacerla más resistente a las inclemencias del tiempo durante su campaña al desierto (1833) y a la vez para diferenciarse de sus enemigos, “los salvajes unitarios”, que tenían al celeste como emblema.
Durante la existencia de la Confederación Argentina (1835-1852), le incluyó cuatro gorros frigios en sus bordes, que corresponderían a los sucesivos pactos de unión preexistentes.
Después de la Batalla de Caseros, los triunfadores reivindicaron el celeste original, pero el debate se extendió hasta bien entrado el siglo XX, cuando un decreto del gobierno de facto, firmado por el general Edelmiro Farrell (1944) estableció de manera definitiva las características y usos de los símbolos patrios.
Siglo XXI. Los festejos por el Bicentenario avivaron la discusión sobre las llamadas “banderas de Macha”.
En 1885, con motivo de unos trabajos de limpieza en la capilla de Titiri, curato de Macha, sur de Bolivia, el párroco del lugar descubrió sendas banderas protegidas detrás de unos cuadros en el altar mayor. Una, presentaba las dos bandas celestes a los costados y una blanca en el medio. La otra, tenía dos bandas blancas en los extremos y una celeste el medio, además de una franja roja, que después se comprobó era el desteñido de un antiguo envoltorio.
La proximidad con el campo de Ayohuma, donde Belgrano perdió un combate (pero no la bandera) es clave para interpretar el hallazgo del religioso.
“Inquiere sobre el origen de las banderas a un par de viejos indígenas capillistas que recordaban de muy niños una gran batalla en los tiempos del rey –refiere el licenciado Miguel Ruffo, investigador del Museo Histórico Nacional–. Un dato: el párroco de aquel entonces, Juan de Dios Aranivar, quien habría aceptado el pedido de ocultar las banderas, se refugió en las comunidades y raramente volvió a saberse de él, con el Alto Perú comprometido para la Revolución”.
El primer director del Museo, Adolfo Pérez Carranza, inició las gestiones para repatriar una de las enseñas, que actualmente se exhibe en la institución.
Sin embargo, el Instituto Nacional Belgraniano, le niega los honores.
“Por su gran tamaño [bandera de batería] la disposición de sus colores, que oficialmente se sancionan por resolución del Congreso de Tucumán el 20 de julio de 1816, razones geográficas y de contextualización histórica, hacen pensar al eminente historiador militar, coronel Juan Beverina, que la bandera nacional encontrada en Macha no es la que Belgrano llevó en 1813 en su desgraciada campaña al Alto Perú y que asistió a los combates de Vilcapugio y Ayohuma”, sentencian a rajatabla.
La “otra” bandera de Macha volvió a ser noticia en estos días, cuando una copia autenticada de la original fue recibida en el Congreso de la Nación, con destino final en Rosario, donde será depositada en el Monumento Nacional a la Bandera. El emplazamiento donde, según fuentes históricas, flameó por primera vez, hoy hace 200 años.
Alta en el cielo.
Manuel Belgrano, ese personaje desconocido
Confinado al parnaso de la historia oficial, purga la “condena” de los próceres: venerados, en grado sumo; conocidos, poco; entendidos, nada.
Un repaso a su biografía nos revela que Manuel José Joaquín del Corazón Belgrano –tal su nombre completo– fue abogado, economista y políglota, y mucho antes de calificar para creador de la enseña patria, se destacó como impulsor y redactor del Telégrafo Mercantil, el primer periódico publicado en el Río de la Plata.
En tiempos de la Revolución, sus ideas auténticamente revolucionarias sobre temas atemporales como educación, industria y comercio, espantaron a sus pares de la Primera Junta, que se lo sacaron de encima enviándolo a hacer la guerra, tarea por la que no sentía vocación ni contaba con gran preparación (había actuado brevemente en la Reconquista durante las invasiones inglesas).
De voz aflautada, su cuidado por la higiene personal, incluso en campaña, le valió ciertas conjeturas deshonrosas. Si bien en su testamento se declaró soltero y sin hijos, se sabe que tuvo dos, con diferentes mujeres. El primogénito fue adoptado de facto por el matrimonio recién conformado por la cuñada de su amante y el futuro hombre fuerte de la provincia, Juan Manuel de Rosas. La otra fue una niña, fruto de un amorío alterno con una quinceañera de la sociedad tucumana, que para ese entonces, estaba casada.
Solo, pobre y olvidado, un único diario informó la noticia de su muerte, el 20 de junio de 1820, el mismo día que Buenos Aires vio desfilar tres gobernadores en una sola jornada. Cualquier coincidencia con los tiempos contemporáneos no sería mera casualidad.
“La historia argentina es cíclica”, acaso murmuraría Borges.
Cronología del emblema
1812. Belgrano enarbola la bandera a orillas del río Paraná.
1816. El Congreso reunido en Tucumán la reconoce oficialmente como símbolo.
1818. La Asamblea Constituyente, ahora reunida en Buenos Aires, incorpora el sol incaico.
1938. Se establece el 20 de junio como Día de la Bandera.
2012. Se conmemora el bicentenario de su creación por decreto presidencial.