El fascismo, esta vez, se presenta como una nevada venenosa. Lo que alcanza, se corrompe, se desarma, se marchita. Sucede aquí y donde logre echar raíces. El infierno en la tierra que se describe en esta crónica se cruza con una chispa que se encendió para visibilizar un símbolo que emerge desde lo más hondo del imaginario popular argentino.
Este grupo insólito que simula gobernar el país mientras lo entrega en bandeja a Trump, ya comenzó la segunda campaña del desierto habitado. Expulsan por la fuerza a comunidades mapuches y kollas —por ejemplo, en Chubut y Jujuy— en una nueva etapa de invisibilización de aquello que no conviene nombrar. ¿A quién le van a importar los pueblos originarios ahora, si en la TV Pública un tilingo con dinero te enseña cómo hacer carry trade?
Pero lejos, sin móviles ni imágenes para redes sociales, se desarrolla también otra tragedia “inevitable” para el verdadero objetivo de la recolonización: convertirnos en un mapa deshabitado de argentinos que incomoden a los “héroes” inversores.
Los mandatarios provinciales que ordenaron a sus legisladores apoyar la Ley Bases y el RIGI están allanando el camino en sus jurisdicciones, tal como lo anticipó Demian Reidel. Creo que a eso se refería. Y no se trata solo de LLA. Al fascismo hay que sumarle radicales con disfraz, macristas off shore y ese extracto de miseria peronista destilado en figuras como Scioli, Kueider y compañía. Todos comparten la idea de que pueden “suprimir” a los pueblos originarios mediante operaciones como la del gobernador de Chubut, que culpó a los mapuches de incendios que luego se descubrió fueron causados por empleados de un estanciero.
Hace poco escribí que “todos somos indios”, porque este aparato de poder global, de impronta trumpista, no se detiene ante la existencia: la interrumpe. Mata. A diario proclaman que están dispuestos a cometer crímenes, y los llevan a cabo, ayer, hoy y mañana. Hoy Gaza es el centro simbólico de gravedad de la ultraderecha global; es su carta de presentación. Su showroom.
Ahí están Trump y Netanyahu, proyectando un resort de lujo extremo sobre territorios que estos déspotas declararán “libres”. Los que sobrevivan, pueden marcharse; no son muchos. Tampoco son tantos los pueblos originarios para los qataríes que están construyendo su resort exclusivo en Río Negro, sumándose a Lewis, Benetton y los vecinos de Macri y Caputo en esta nueva oleada colonizadora. La eliminación de comunidades originarias probablemente figure en alguna cláusula del acuerdo.
Esta semana circuló mucho —y lo trabajamos en los talleres de reflexión— el artículo que Siri Husvelt publicó originalmente en Le Monde: El fascismo en Estados Unidos. Ella y su esposo, Paul Auster, fundaron Escritores contra Trump durante su primer mandato. En ese texto, Siri utiliza un tono sobrio, lúcido y estremecedor, al hablar de la resistencia universitaria en EE.UU., porque es de una magnitud inconcebible. Hay un clima previo al exilio. Husvelt no descarta que deban empezar a escribir desde la clandestinidad.
Con respaldo documental y argumentativo, reafirma su certeza de que lo que ha emergido con Trump debe llamarse fascismo.
Los Auster tienen una fuerte relación con la Universidad de Columbia, que ya sufrió recortes multimillonarios por permitir actividades propalestinas en su campus.
Husvelt no llega a mencionar Harvard, que poco después de la publicación del artículo, inició acciones judiciales contra Trump por su autoritarismo académico, considerado inconstitucional. Días antes, un centenar de egresados de Harvard rompieron sus diplomas en un acto público, en repudio a la claudicación que parecía avecinarse. La presión fue tal que el giro terminó revelando una gigantesca operación política: la mayor persecución académica de su historia, con consecuencias adicionales. Trump ordenó detener a una jueza que había fallado a favor del derecho a protestar en defensa de Palestina.
Se filtró una lista de 199 palabras consideradas “sospechosas”, que los supervisores que Trump quiere instalar en las universidades usarían para evaluar contenidos académicos. Palabras como “mujer”, “social”, “negro”, “género”. Buscan instituciones habitadas por varones blancos, heterosexuales y perturbados, llenos de complejos que los impulsan a odiar. Siri recuerda un discurso de Vance en 2021 titulado “El enemigo son las universidades”.
Empecé esta nota diciendo que a los indios los están arrasando. ¿A quién podrían importarle ahora, en un contexto de caos, hambre, descomposición moral? A quien comprenda, de una vez, que todos somos indios, que la recolonización exhala su pecado original. Todos somos indios. O palestinos.
El fascismo, esta vez, es la nevada tóxica. Lo que toca se deteriora, se parte, se extingue. Aquí y en cualquier lugar donde se instale. El panorama aterrador que intenta retratar esta nota contrasta con una luz que volvió a encenderse, iluminando un símbolo que emerge desde las entrañas de la cultura popular argentina.
El héroe colectivo regresó, tras una década de sombra. No hay otro. Ni lo habrá.
La Nueva Comuna