Las campañas electorales y las operaciones de manipulación psicológica están en aumento a nivel global debido al enfrentamiento entre la OTAN y el Sur Global, representado por los BRICS+. Según un informe de la OTAN dedicado a la guerra cognitiva, los conflictos bélicos actuales se desarrollan en cuatro dimensiones específicas de confrontación: los espacios militares terrestres, marítimos, aéreos y los ligados al ciberespacio. Sin embargo, estas áreas de combate se encuentran inmersas en un contexto de persuasión, confusión, debilitamiento y/o desarme moral del adversario, competidor o enemigo.
Estas confrontaciones se consideran continuas y se desarrollan en escenarios tanto convencionales como no convencionales. Desde esta perspectiva, las contiendas utilizan dispositivos tecnológicos y comunicacionales diseñados para alterar, modificar o solidificar los imaginarios sociales de las poblaciones objetivo.
Este enfoque incluye la identificación de procesos cognitivos en grupos relevantes y personas influyentes (influencers), como un primer paso para ser reclutados mediante incentivos económicos. Estos agentes son entrenados y utilizados –muchas veces sin ser conscientes de que están participando en una guerra– para canalizar o provocar distorsiones mentales, afectar la toma de decisiones y dificultar acciones contrarias a los intereses del actor beligerante. De hecho, sus métodos buscan persuadir, paralizar, desmoralizar, desmovilizar e incluso deprimir emocionalmente a colectivos nacionales, grupos específicos o individuos. Esta operación conjunta es de carácter difuso, lo que a menudo deja al bando agredido totalmente desarmado e ignorante de las maniobras que se llevan a cabo en su contra.
La guerra cognitiva tiene como objetivo más radical alterar las orientaciones electorales, las identidades nacionales y las políticas públicas. Para lograrlo, se dedica a fracturar, dividir y fragmentar las sociedades objetivo, permitiendo someter un territorio sin recurrir a la fuerza militar: se manipulan las percepciones, disposiciones y concepciones de los individuos, convirtiéndolas en campos de batalla.
Aquellos que dominan los mecanismos cognitivos más avanzados –una actualización de las guerras psicológicas del siglo XX– son plenamente conscientes de que no pueden transformar a todas sus víctimas, pero se conforman con “pescar en grandes cantidades”, obteniendo resultados demográficos significativos para su objetivo de influir en lo que se piensa y en cómo se actúa. A los colectivos identificados y reclutados como aliados se les hace sentir fuertes, apoyados y respaldados. Esto se logra mediante cuentas falsas, bots y herramientas de Inteligencia Artificial (IA) que tienen la capacidad de silenciar o minimizar a sus críticos.
Según el Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford, setenta países han llevado a cabo campañas de manipulación de la opinión pública con fines políticos a través de las redes sociales, utilizando IA, Big Data y algoritmos orientados. Algunos de esos países han participado en actividades de guerra cognitiva tanto dentro de sus propios territorios como en el extranjero. Además, Estados Unidos desarrolla este tipo de iniciativas de manera conjunta con empresas transnacionales que gestionan plataformas y software especializados (foto, Elon Musk, propietario de X).
Entre las actividades más comunes se incluyen la sobre-representación de hashtags y la invisibilización de otros, la generación de ciberataques, la intervención en comunicaciones personales, la promoción de desinformación, la creación de debates sobre temas intrascendentes, la modificación de páginas, la viralización de noticias falsas y la agrupación de seguidores para movilizar ciudadanos en temas contrarios a los intereses soberanos.
La guerra cognitiva se despliega a través de dispositivos híbridos, que combinan elementos materiales con aspectos comunicacionales. Sus antecedentes recientes incluyen la promoción de revoluciones de colores –iniciadas a través de plataformas– y conflictos bélicos proxis (como en Ucrania). Combinan medios militares y no militares para lograr el control de la opinión pública, la desestabilización social o el colapso económico. Esta forma de beligerancia establece “burbujas sociales fragmentadas” donde la información, las noticias y las opiniones se cosifican como zonas de confort impermeables a cualquier crítica. Así, se alcanzan dos objetivos simultáneamente: se quiebra la cohesión social –basada en la configuración de identidades nacionales– y se fomentan luchas internas para dividir en fragmentos irreconciliables. Conocer la lógica de esta guerra es crucial para poder enfrentarla.
Con información de Página 12
Publicado en lanuevacomuna.com