El golpe del 16 de septiembre de 1955
El 16 de septiembre de 1955, fracciones de las Fuerzas Armadas lanzaron una serie de acciones en distintos puntos del país con el objetivo de derrocar al gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón.
Perón había ganado por escándalo los comicios a vicepresidente (Quijano había muerto), diputados y senadores con el 62% de los votos el año anterior. 1955 se anunciaba negro y tormentoso. Había cesado la época de las vacas gordas y se venía otra política económica.
El segundo plan quinquenal explicitó el ajuste. Austeridad, productividad e inversiones y en este último caso, para colmo de males, extranjeras. El peronismo cambiaba de idioma. No había dudas, Perón viraba hacia posiciones cercanas a un capitalismo moderno, flexibilizando el intervencionismo de Estado.
Seguía en pie de la revolución peronista, herencia de todos los argentinos: las leyes sociales y la incorporación del trabajador a la vida política. ¿Estaba en esta jurisprudencia las razones del abismo que se abría entre los argentinos? Puede ser. También en la insistencia de que para un peronista no había nada mejor que otro peronista. Pero fundamentalmente se hallaba en la incapacidad de la oposición de ganar votos, de ser creíbles al pueblo.
"CITA DE HONOR CON LA LIBERTAD" titulaba Clarín aquel 16 de Septiembre del 55.
Todavía huele a pólvora y Clarín te sigue manejando la vida pic.twitter.com/heYqnQUG6j— Marga Wirkierman (@MargaWirkierman) 16 de septiembre de 2017
En un clima de confrontación abierta, de una grieta insondable, se produjeron los bombardeos a la Casa de Gobierno el jueves 16 de junio de 1955. La Aviación Naval y la Infantería de Marina, más un sector de la Fuerza Aérea y Comandos Civiles, repartidos en los alrededores de la Plaza Mayo con el claro objetivo de asesinar al Presidente y volcar la situación política hacia el anti-peronismo sin votos, se prepararon para el golpe. Falló. No lograron matar a Perón, aunque sí a cuatrocientos argentinos. Este acto de locura explícito transparentó el odio que se acumulaba en un minoritario pero poderoso sector de la sociedad argentina.
Esa noche se quemaron iglesias. Al parecer, grupos enrolados en la Alianza Restauradora Nacionalista de Patricio Kelly, sumados a un matonaje de marginales tan violentos como los aviadores sublevados, organizaron la hoguera que arrasó con santos, vírgenes y un formidable reservorio histórico colonial, acelerando los pasos hacia un final previsible. De nada sirvió el envío de un proyecto de ley al Congreso para reparar las Iglesias. Ya todo estaba jugado.
El 31 de agosto en una concentración manifestó que sus enemigos, al no querer la pacificación, buscaban la violencia: «A esa la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino». Luego vino el fatídico 5 por 1. El final era cuestión de días.
El 16 de septiembre
En Córdoba comenzaba el alzamiento. El general Eduardo Lonardi, bajo la receta de proceder con la máxima brutalidad, se erguía al frente de una sublevación -minoritaria, en el Ejército, pero absoluta en la Marina. El día indicado era un viernes. Lluvioso y ventoso. Una fuerte sudestada se abatía sobre el litoral bonaerense haciendo crecer el nivel de las aguas del Plata. La situación política era de total indefinición puesto que Perón al tanto de los acontecimientos eligió no actuar y le negó a la CGT la posibilidad de armarse en defensa del gobierno.
En Mar del Plata, el Almirante Rojas le comunicó a la base de submarinos de Mar del Plata que «bombardearemos los tanques de petróleo y combustible del puerto». Rojas le solicitó, al Jefe de la Base que alejara de la costa a la población de entre Playa Grande y la Bristol, más allá de cinco cuadras. El Jefe de la Base Naval no estuvo de acuerdo con la salvajada y luego supimos que marinos en los buques rechazaron semejante decisión. Igual se realizó tres días más tarde, el 19 de junio.
Rojas amenazó con cañonear La Plata, Dock Sud y Buenos Aires. El viento del sudeste al levantar el Río permitió que las naves sublevadas pudieran operar tranquilamente fuera de los canales y aproximarse a las costas de Buenos Aires. Sus cañones tenían una efectividad de 20 kilómetros.
La versión gorila
Después de lo realizado en Mar del Plata, había que creerle. La ciudad sería barrida hasta los cimientos alcanzando los límites de la avenida general Paz. Algo que no se atrevió siquiera el teniente general Whitelocke en la segunda invasión inglesa. El Ministro del Interior, Oscar Albrieu, le sugiere a Perón que para alcanzar el acuerdo con los sublevados traslade a las refinerías de La Plata y Dock Sud a los familiares de los marinos a ver si con sus madres, esposas e hijos se animan a bombardear. No había nada más que hacer, algo que no llegó a concretarse.
El general Perón no era un hombre violento y eligió no confrontar para evitar una guerra civil. Lo dijo claramente «Entre la sangre y el tiempo elijo el tiempo».
LA GRIETA NO ES NUEVA: A 62 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO CONTRA EL PRESIDENTE PERON pic.twitter.com/BrXYdOM5PZ— INFO EN PROCESO (@INFOENPROCESO) 16 de septiembre de 2017