Tanto Cristina Kirchner como Sergio Massa hicieron hincapié en el valor de la “unidad” durante sus intervenciones del 1° de mayo. Coincidieron casi al compás: “Es más necesario que nunca mantenernos unidos” (ella) y “necesitamos unidad” (él), enfatizó el exministro.
Ambos remarcaron también la necesidad de pensar una propuesta política que contemple las transformaciones en los vínculos humanos, el trabajo y el consumo, atravesadas por el avance de la tecnología.
La consonancia entre ambos referentes tiene respaldo en una convergencia táctica en torno al destino del peronismo, que comenzó a delinearse al menos desde la segunda mitad del mandato del Frente de Todos.
Pese a que la expresidenta y el líder del Frente Renovador se ubican en tradiciones y enfoques políticos divergentes, durante la gestión de Massa en Economía se aplicaron medidas en materia tarifaria, relación con el FMI y política cambiaria que tiempo atrás eran resistidas con fuerza desde el Instituto Patria y La Cámpora.
Por ejemplo, entre 2022 y 2023 se acentuó la pérdida de valor real de la Asignación Universal por Hijo, una herramienta clave en la agenda redistributiva impulsada por Cristina desde 2009. El peronismo en ese entonces no se enfocó demasiado en ese retroceso, mientras bajaba retenciones a exportadores en un contexto favorable para la soja y eximía del impuesto a las Ganancias a sectores de ingresos medios-altos, bajo consignas como “el salario no es ganancia” y otros planteos cuestionables.
Mientras Cristina y Massa ensayaban un tono armonioso en el Día del Trabajador, las tensiones volvían a manifestarse dentro del entramado político bonaerense, con una nueva disputa aparentemente menor.
Paradójicamente, fueron Javier Milei y Luis Caputo quienes revalorizaron tanto la AUH como el pago del impuesto a los ingresos más altos. Un cronista deportivo podría preguntar “¿Sensaciones?” tras un final de partido dramático, pero esa es una consulta que ni Cristina, ni Massa, ni Kicillof, ni Grabois, ni Santoro, ni Alberto Fernández parecen dispuestos a responder.
Una controversia disimulada que persiste
Podría suponerse —con lógica política— que un pragmático ¿centrista? como Massa y una peronista ¿progresista? como Cristina consideren inoportuno exponer diferencias internas frente al avance de un proyecto regresivo y autoritario como el de los hermanos Milei.
Sin embargo, mientras se hablaba de unidad, en la provincia de Buenos Aires afloraba una nueva diferencia. Durante varios meses, la discusión giró en torno a la posibilidad de separar las elecciones legislativas provinciales de las nacionales. Kicillof impulsaba el desdoblamiento, mientras el tándem Patria-Cámpora —al que se sumó el Frente Renovador en la última etapa— prefería una elección simultánea. Finalmente, fue Cristina quien dio la instrucción de frenar los movimientos judiciales y parlamentarios que alentaban sus aliados.
Pero tras ese impasse, emergió un nuevo foco de fricción: el cronograma electoral.
La discordia alcanza un nivel de detalle tan minucioso que resulta difícil seguir con claridad las motivaciones de cada parte. En resumen, Kicillof pretende un cronograma extendido —entre cierre de listas, presentación de candidaturas y elecciones del 7 de septiembre— que diluya la presión sobre una eventual postulación de Cristina, ya sea a nivel nacional o provincial. En cambio, el cristinismo prefiere acortar los plazos, manteniendo el suspenso para evitar movimientos disidentes desde el kicillofismo o desde intendentes aliados, que podrían tentar una línea propia si Cristina no juega.
Es un tira y afloje casi de laboratorio. Hoy gira en torno al calendario, mañana será sobre una comisión local en Carlos Casares o una delegación en Mar del Tuyú. Lo que mantiene viva la pelea es la disputa en sí, no un asunto puntual.
Más allá del barro cotidiano
Kicillof conduce sin presupuesto aprobado ni autorización para refinanciar deuda tomada durante la gestión Vidal, lo cual le impide ejecutar obras públicas. En la Legislatura, enfrenta no solo al PRO, a La Libertad Avanza, la UCR y la izquierda, sino también al Frente Renovador y a La Cámpora, que controlan bloques clave de Unión por la Patria.
El choque con el kirchnerismo duro no se resolverá en las elecciones de 2025. Incluso si Kicillof acepta que Cristina decida las candidaturas, la fractura persistirá, porque no existe una vía institucional para canalizar el desacuerdo: las PASO, que podrían haber sido ese cauce, fueron suspendidas por el propio gobernador.
Este conflicto evoca la convivencia conflictiva entre Alberto Fernández y Cristina en el período 2019-2023: sin confrontaciones abiertas, pero con bloqueos constantes, parálisis legislativa y operaciones políticas de bajo perfil. La coalición mantuvo su fachada unificada bajo la etiqueta Unión por la Patria, pero lo que prevaleció fue la erosión interna.
Cristina, Massa y el canto a la unidad
La “unidad” se volvió un recurso retórico. En el ocaso de su presidencia, Alberto celebraba haber “llegado unidos” a 2023, aun cuando su gestión estaba en manos de Massa y Cristina, y el avance de Milei sacudía la escena. En esa guerra fría del Frente de Todos, nadie ganó. Solo se consolidó la agonía.
Una constante en la estrategia de Cristina ha sido evitar su exposición directa en las urnas. Prefirió delegar candidaturas en dirigentes de su confianza relativa como Scioli, Alberto o Massa, y solo promovió a su hijo cuando fue bajo lista sábana. Nunca aceptó disputar internas abiertas, ni siquiera con figuras menores como Florencio Randazzo.
En 2023, se proclamó “proscripta” tras su condena en primera instancia por la causa Vialidad. Pero aún quedaban dos apelaciones pendientes. Podía haber competido. Hoy, con la condena confirmada por Casación y una Corte Suprema reducida a tres jueces sin prestigio que podrían rechazar su recurso de forma, la narrativa de la “proscripción” se desinfla.
Un peronismo cruzado de reproches
Los cruces entre el sector kicillofista, los massistas y el núcleo duro kirchnerista no cesan. Del lado del gobernador, hay hartazgo por los constantes obstáculos legislativos y las críticas públicas de referentes como Mayra Mendoza. Desde La Cámpora, Máximo Kirchner exige pruebas de “falta de acompañamiento”, mientras Andrés “Cuervo” Larroque dispara munición gruesa al hablar de “la bandita de Máximo” o de “resentimientos”.
En este escenario, los llamados a la “unidad” tienen más de necesidad que de convicción. El aparato político bonaerense intuye que Massa intenta mantener sintonía con el kirchnerismo para, llegado el caso, erigirse como garante de una eventual reunificación.
Para Cristina, conservar cohesión en Buenos Aires es vital. Es la provincia donde el kirchnerismo ha logrado sostener su hegemonía durante más de una década. Desde allí, ha irradiado influencia nacional. Pero hoy, ni siquiera ese bastión garantiza obediencia automática.
La Nueva Comuna