En estos días turbulentos, ha resurgido en el escenario de la Argentina la palabra “terrorista”, un calificativo que se aplica a todo aquel que no está alineado con determinadas políticas gubernamentales.
Los latinos utilizaban el verbo terrere con el sentido de «asustar, causar pánico», es decir, provocar un miedo intenso. Aunque el concepto ha sido usado a lo largo de la historia, fue durante la Revolución Francesa, en el periodo conocido como el Reinado del Terror (1793-1794), cuando el término adquirió su significado moderno.
En 1884, el diccionario de la Real Academia lo define con matices: si un grupo político mata a civiles indiscriminadamente para sembrar miedo, puede ser calificado de terrorista. Sin embargo, si se levantan contra un gobierno sin matar a civiles en masa, se les puede llamar «rebeldes», «sediciosos» o «revolucionarios», pero no terroristas.
Esto viene al caso debido a la brutal represión ejercida recientemente por fuerzas del Estado argentino contra las marchas de jubilados que protestaban por la reducción de sus ingresos, los recortes en subsidios a medicamentos y la eliminación, disfrazada de «suspensión», de varias prestaciones médicas para los mayores. Una represión que ni siquiera durante la dictadura militar de los años 70 se atrevieron a implementar.
A pesar de la aprobación en el Congreso de un leve aumento a las jubilaciones, bajo el nombre de “haber jubilatorio”, el presidente estalló de ira, tildando a quienes aprobaron tal “aumento desproporcionado” de “irresponsables fiscales”.
Acostumbrado a lanzar cifras exageradas, el veto presidencial sostiene que la medida aprobada supondría un gasto adicional de seis billones de pesos en 2024 y quince billones en 2025, representando el 1,02% del PBI para el presente año y el 1,64% para el próximo.
La primera duda surge al preguntarse si un aumento equivalente a apenas unos kilos de pollo puede realmente causar semejante crisis fiscal. Lo dudo profundamente.
Otra cuestión relevante es el ahorro que obtiene el Estado argentino al reducir drásticamente los descuentos en medicamentos para jubilados a través del PAMI, lo que representa una reducción de casi un tercio de los fármacos cubiertos.
Descaradamente, un exministro de Salud de la provincia de Buenos Aires (2007-2009) declaró: “Los jubilados consumen demasiados medicamentos”, un comentario tan deshumanizado que no merece mayor análisis.
Algunos legisladores, cínicos e ignorantes, han afirmado que la reducción de estos beneficios se debe a que los hijos de los jubilados usan sus recetas para obtener medicamentos gratis. Esta afirmación es falsa e imposible, ya que el sistema del PAMI rechaza cualquier receta que no corresponda a la dolencia del beneficiario.
Así, hemos creado en nuestro país una nueva categoría: el «jubilado subversivo», un posible desestabilizador del sistema. ¿Será que pronto veremos el circo romano reeditado?
Una gran parte de esta clase pasiva, obligada a elegir entre subsistir o dejarse morir, se siente excluida de la «aldea global». Estos nuevos pobres, generados por una economía desigual, forman parte de un ejército de reserva que se adapta constantemente hacia abajo.
El miedo al futuro y la incertidumbre impulsan esta «era de las desigualdades» (Fitoussi). Las víctimas del «horror económico» (Forrester) sienten que han sido excluidas de la red, enfrentando las consecuencias de la privatización y desregulación en nombre del progreso.
Trabajadores descartables, flexibles y marginados, sufren los modernos métodos de ajuste y reorganización (outsourcing, downsizing). Sienten que han caído en «la trampa de la globalización» (Martin y Schumann), que los empuja lentamente hacia un destino que no merecen.
Algunos críticos liberales justifican estas medidas dolorosas afirmando que son necesarias para enfrentar la deuda y la decadencia social. Sin embargo, no falta quien, como el diputado Venegas Linch, declare sin ruborizarse que “a los ricos los están desangrando”.
Por primera vez, la clase trabajadora jubilada está siendo eliminada de manera sistemática por el propio Estado. Esto roza una violación de los derechos humanos más básicos.
¿Cuánto tiempo puede soportar una sociedad que ve cómo sus padres se extinguen, no solo por la biología, sino también por la pobreza y la falta de atención médica?
¿En quién podemos confiar hoy? ¿En los defensores del libre mercado? ¿En el capitalismo que reemplaza al Estado? El abismo entre ricos y pobres sigue creciendo, amenazando con engullir el sistema.
El capitalismo parece estar autodestruyéndose. Y los que hoy bailan en el Titanic ya estarán en los botes salvavidas cuando el iceberg aparezca, pero los jubilados no estarán entre ellos.
¿Hasta cuándo podemos mantenernos en este genocidio silencioso de la clase jubilada? ¿Llegará el momento en que la desesperación supere al miedo y la sociedad apoye sin reservas a estos «subversivos» para poner fin a esta tragedia?
Aunque nos engañen poco a poco, no puedo evitar recordar las palabras de un filósofo estadounidense de los años 50: “Cuando el fascismo regrese, lo hará en nombre de la libertad”.
A menudo, los mayores enemigos de la libertad se disfrazan como sus defensores.
Con información de Agencia Paco Urondo
Publicado en lanuevacomuna.com