crossorigin="anonymous">

ACTUALIDAD

José Mujica, el insurgente que esquivó la locura en prisión y se transformó en emblema global de la sobriedad

Cuando José Mujica tomó las riendas de Uruguay en 2010, un detalle cargado de simbolismo no pasó inadvertido: el mismo batallón del Ejército que hacía guardia en la Asamblea Legislativa durante su asunción había sido el que lo apresó casi cuatro décadas atrás. En ese entonces, Mujica, quien afirma haber escapado de «la locura» durante los doce años que pasó encerrado, aún ignoraba que esa experiencia extrema moldearía su temple y marcaría su camino como dirigente político.

Famoso por su estilo de vida simple, sus reflexiones sobre la libertad y su crítica al consumo desmedido, Mujica falleció este 13 de mayo a los 89 años. El exmandatario será recordado como un luchador incansable por la equidad social y los derechos humanos.

No obstante, para comprender la huella que dejó, es indispensable revisar su historia como preso político, una etapa de doce años marcada por episodios dignos de un guion cinematográfico: vivió bajo condiciones infrahumanas que lo llevaron al límite mental y que, paradójicamente, le otorgaron parte de la claridad y sobriedad por la que luego sería reconocido mundialmente.

En ese período convulso, además, protagonizó la fuga de prisioneros políticos más impactante registrada en el continente. Y, detalle esencial, fue entonces cuando conoció a una militante de mirada castaña, Lucía Topolansky, quien se convertiría en su compañera de militancia, encierro, vida y, más adelante, de gobierno.

«Estuvimos siete años sin tocar un libro y con mucho tiempo para reflexionar. Descubrimos que o aprendés a ser feliz con poco y a viajar liviano -porque la felicidad está adentro de uno- o no conseguís nada», dijo Mujica al rememorar aquellos años de reclusión.

Pepe Mujica y la alegría que no llegó por el camino del poder ni el resentimiento

«Al borde de la locura»: los años de encierro de Pepe Mujica

En 1973, «Pepe», un carismático integrante del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, fue arrestado junto a decenas de compañeros. Eran tiempos oscuros en Uruguay, donde la confrontación política había escalado hasta desembocar en la dictadura cívico-militar encabezada por Juan María Bordaberry (1973-1985).

En ese contexto represivo, Mujica pasó a formar parte del grupo de «rehenes» del régimen, junto con figuras como Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro. Fueron sometidos a condiciones brutales, muchas veces en aislamiento, y privados de contacto humano, visitas y luz natural.

El gobierno los utilizó como moneda de presión frente a la resistencia tupamara, endureciendo las condiciones de su encierro para quebrar la moral del movimiento. Mujica ha contado en diversas ocasiones que el cautiverio era tan hostil que algunos estuvieron al filo de la locura. «Fue un tiempo durísimo. Aprendés a sobrevivir con lo justo, a subsistir con lo básico», relató en una entrevista.

«Nos trataron como bestias, pero no consiguieron quitarnos la dignidad. Ahí entendí que la libertad no es solo una condición externa, sino también un estado del alma», dijo alguna vez. En su caso, además, la situación era más crítica debido a heridas de bala que le afectaron los intestinos.

Mauricio Rosencof, uno de sus compañeros de celda, poeta y dramaturgo, dio testimonio del horror de aquellos años. «Durante años solo podíamos hablar usando código morse golpeando las paredes», recordó. Y añadió: «Nos dejaban ir al baño solo una vez al día. Orinábamos en nuestras botellas de agua, esperábamos que el sedimento se asentara y tomábamos el resto. No había otra opción».

«El Abuso»: la legendaria fuga del penal de Punta Carretas

En septiembre de 1971, Mujica participó de una de las fugas colectivas más resonantes de América Latina. Junto a otros 110 presos políticos, escapó del penal de Punta Carretas a través de un túnel cavado con herramientas rudimentarias.

La operación, conocida como «El Abuso», se convirtió en un hito de la resistencia uruguaya y en una historia de audacia que dio la vuelta al mundo. Sin embargo, la libertad fue breve: la mayoría de los evadidos, entre ellos Mujica, fueron recapturados en poco tiempo. A partir de entonces, la represión recrudeció.

Pero para Mujica, esa breve libertad reforzó aún más su convicción de lucha y su apego a los ideales de transformación social.

De la rebeldía a la dignidad resistente: el vínculo con Lucía Topolansky

Fue en ese contexto sombrío donde conoció a Lucía Topolansky, militante tupamara como él, capturada en 1972. Desde la cárcel, ella se convirtió en una figura fundamental entre las prisioneras, organizando formas de solidaridad y resistencia.

Esa fuerza combativa impresionó a Mujica, y entre ambos nació una relación que mezclaba amor profundo y compromiso político.

«Pepe y yo nos encontramos en plena tormenta, cuando todo parecía perdido. La cárcel nos enseñó a valorar los pequeños gestos, a resistir con dignidad y a no rendirnos nunca. Nos teníamos el uno al otro, y eso bastaba para seguir», rememoró Topolansky, expresidenta de Uruguay.

Desde entonces, su unión se sostuvo a lo largo de los años, tanto durante el encierro como en libertad. Se casaron en 2005, y convivieron durante dos décadas, además de los doce años de separación forzada. Vivieron bajo la misma filosofía austera que predicaban, alejados de la ostentación y dedicados a lo público.

Para ambos, la política no era una vía para obtener poder, sino un instrumento para transformar la realidad, como lo demostraron desde su chacra en las afueras de Montevideo y luego desde la presidencia, que Mujica asumió el 1 de marzo de 2010 representando al Frente Amplio.

«El mismo regimiento del Ejército que nos arrestó ahora hace guardia en el Parlamento», dijo Topolansky durante la ceremonia de asunción, resaltando la ironía histórica. «Nuestros amigos estaban ahí, riéndose y diciendo: ‘¡Ya era hora de que te reconocieran!'», agregó.

La cárcel como escuela y el mensaje de sobriedad

Tras el fin de la dictadura en 1985, Mujica, Topolansky y otros presos políticos fueron liberados bajo una ley de amnistía. Ese momento fue decisivo: Mujica eligió canalizar el sufrimiento vivido en un camino político democrático, dejando atrás la clandestinidad.

«Salimos con el compromiso de construir un país mejor, de defender la democracia y de trabajar por la justicia social», expresó tras su liberación.

Nunca dejó de evocar su tiempo en prisión. A menudo lo llamaba una «universidad» que le dio aprendizajes vitales. «La cárcel me enseñó el valor de la libertad y la importancia de pelear por tus convicciones», repetía. Su modo de vida, sin lujos y centrado en su modesta chacra, fue coherente con esas lecciones.

«Pepe nunca dejó de ser un hombre del campo», dijo un amigo cercano. «Llevaba las marcas del encierro, pero también una sabiduría y humildad que solo puede tener quien ha enfrentado la oscuridad».

Su camino político culminó en la presidencia, desde donde elevó su voz contra el consumismo y el frenesí capitalista, incluso en foros internacionales, donde muchos lo llamaron “el Nelson Mandela latinoamericano”, por los paralelismos con el líder sudafricano.

«Esto no es hacer apología de la pobreza, sino de la sobriedad. Como inventamos una sociedad de consumo y la economía debe crecer sin freno, importamos una montaña de deseos inútiles. Pero lo que estamos gastando es tiempo de vida. Cuando comprás algo, no lo pagás con plata, sino con el tiempo de vida que tuviste que entregar para ganarla. Y hay una sola cosa que no se compra: la vida. La vida se gasta. Es una miseria malgastar vida para perder la libertad», enseñó Mujica, dejando un legado que trasciende fronteras.

La Nueva Comuna

Deja un comentario


Soporte Wordpress por Efemosse y Alipso