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ELECCIONES 2023

Javier Milei presidente: el triunfo de la desesperación y la revancha


La ultraderecha gobernará el país. La amenaza es realidad. La responsabilidad peronista. La mano de Macri: ¿intervención y moderación? La democracia sigue.
Letra P | Marcelo Falak

Argentina decidió entregarse a una experiencia sin antecedentes en el mundo: un gobierno encabezado por un anarcocapitalista como Javier Milei que fue elevado a la presidencia de la Nación por una amplia base de personas desesperadas por la crisis permanente y de adherentes de diversas cepas de la derecha radical.

Milei, el Presidente imposible, llegó a donde, se supone, Dios se lo había anticipado, gracias a una serie de hechos que escaparon a su control y acaso, al divino: la incapacidad de la gestión de Alberto Fernández; el agravamiento de esa carencia que produjeron un internismo pertinaz, la pandemia, la guerra en Europa y la sequía histórica; y una falta de renovación dirigencial en el peronismo que dejó, como mejor candidato posible, al ministro de Economía que se retirará después de casi un año y medio de gestión con una inflación del orden del 150%, una pobreza superior al 40% y un sentimiento generalizado de probable estallido.

Incluso antes de su triunfo, el propio Milei se había vanagloriado de ser el primer anarcocapitalista –o, menos rocambolescamente, un minarquista– en haber llegado tan lejos. No es para menos: el experimento argentino hará que lidere el gobierno un hombre que cree que el Estado debería dejar de existir y ser reemplazado por una organización social solamente basada en relaciones de mercado.

Debajo de él exigirá resultados la legión de dañados del sistema, personas en general despolitizadas que sintieron que el salto al vacío no era la peor de sus opciones. Si no la aprobación, cabe el respeto para ellas.

La desesperación es mala consejera. «No se puede estar peor que ahora» fue el argumento que animó a parte de la ciudadanía que pertenece a la nueva mayoría. Erra. Sí, se puede. Ojalá que eso no se constate.

Milei no habría ganado solo con ese contingente, menor al 30% que lo ha acompañado desde las PASO. Se sumaron, para que se concretara el resultado del 19-N, segmentos –pequeños– de extremistas de derecha referenciados en Victoria Villarruel, autoritarios de mercado, personas que –inexplicablemente– se autoperciben liberales, radicales olvidadizos y hasta exvotantes peronistas.

El suicidio del peronismo

Desesperada por la calidad de vida perdida desde hace largo tiempo, una parte de la sociedad decidió dar el tantas veces anunciado salto al vacío. Muchas personas votaron a Milei como una expresión iracunda, como la feta de salame en el sobre de las legislativas de 2001. La diferencia es que entonces nadie pretendía que el embutido gobernara.

A esto hemos llegado y le cabe al peronismo una autocrítica profunda y, tal vez, el castigo de un ostracismo prolongado.

Su anquilosamiento ideológico y su sectarismo; una corrupción demasiado arraigada y diseminada que nunca simuló siquiera combatir; la figura de Cristina Fernández de Kirchner; las clases magistrales, el tono engolado y el negacionismo de la ciencia económica; la hartante extorsión de la grieta; la pretensión de mantener indefinidamente suspendida la vida política de un país mientras se libraban batallas imposibles… La inflación y la pobreza son un yunque que al peronismo debería costarle mucho tiempo, esfuerzo e imaginación levantar.

El 10 de diciembre, Alberto Fernández le pondrá la banda y le entregará el bastón a Milei, lo que supondrá una escenificación brutal de la rendición del peronismo. Será esa la postal final de un presidente fatalmente fallido, cuyo legado habrá que analizar en algún momento para dirimir sus pecados y los de quienes debían acompañarlo, pero eligieron socavarlo sin piedad.

Una campaña fácticamente impecable y perfectamente actuada por Sergio Massa no fueron suficientes para evitar que, finalmente, el candidato fuera el ministro y que la historia abriera el capítulo que le tenía reservado a esta Argentina que duele.

La «libertad» amenaza

Vienen ahora tiempos ásperos. El negacionismo y hasta la reivindicación de la última dictadura estarán a la orden del día, así como la insensibilidad frente a las demandas de las minorías, para empezar, las de género. También la sociedad quedará inmersa en un tono del lenguaje político más sostenido que nunca desde la cúpula del poder, acicate de posibles casos de acoso en las redes sociales, en la calle y en todo espacio de sociabilidad. Los copitos florecerán y los efectivos menos aprensivos de las fuerzas de seguridad sentirán que sus manos han sido, por fin, desatadas.

Letra P desde hace tres años y desPertar desde su lanzamiento en julio del año pasado han insistido hasta el cansancio en que la democracia corría peligro. Llegó la hora de enfrentar esa realidad y, con la Constitución en la mano, poner límites a posibles abusos. Es lo que queda.

Si la primera vuelta del 22 de octubre demostró que la vieja grieta kirchnerismo-antikirchnerismo ya no era un vector político suficiente para ganar una elección, el ballotage pergeñó adherencia sobre otra nueva: casta-anticasta, con el peronismo situado –justificadamente, aunque no en soledad– en el primero de esos términos.

La tristeza manda en casi medio país, uno que Milei haría bien en mirar aunque sea con el rabillo del ojo. Allí, expresión de una sociedad gravemente fracturada, anida una resistencia seguramente enconada a sus posturas más excesivas y a una gestión que debería arrojar resultados positivos en plazos breves, al menos si pretende mantener unida la alianza social que lo llegó al gobierno.

La Argentina no morirá. Una elección, por trascendente que sea, es una instancia de la democracia, una crucial pero que no la agota. Los derechos a reclamar, a quejarse, a peticionar ante las autoridades, a hacer huelgas y a ejercer la libertad de expresión estarán tan vigentes como la sociedad lo desee. ¿Será más difícil ejercer esos derechos? Probablemente, pero la verdadera libertad difícilmente se defiende en condiciones cómodas.

Incertezas y riesgos

Dos dramas se anuncian desde este lunes: la transición hasta el 10-D y el que se abra desde ese día.

¿Se llevará el macrismo más fragmentos del PRO hacia la ultraderecha? ¿Qué será del panperonismo? ¿Será Massa su líder, subido a la montaña de votos que obtuvo a pesar de la economía maltrecha, o el cristinismo –la criatura que mucha gente quiso archivar votando ultraderecha– el vehículo más eficaz de una resistencia que nacerá ni bien Milei le saque por primera vez el capuchón a su lapicera?

El presidente electo creció con un programa, pero terminó de conseguir lo que necesitaba al diluirlo, intervenido por Mauricio Macriel renacido macho alfa de la política argentina.

Si alguien asombra como vencedor de la jornada es, justamente, el expresidente, aunque desde cierto punto de vista no merecería tal bendición. Es casta de la más rancia, gobernó muy mal, duplicó la inflación y disparó la pobreza –indicador por el que pidió ser juzgado–, sobreendeudó al país por varias generaciones, trajo de regreso al Fondo Monetario Internacional (FMI), rompió Juntos por el Cambio, fracturó al PRO, saboteó a Horacio Rodríguez Larreta, socavó en el momento más delicado de la campaña a Patricia Bullrich y, con lo poco que le quedaba, ayudó a volcar el fiel de una balanza oxidada para gobernar a través de la derecha más rancia que se ha conocido en 40 años de democracia.

Es la gobernabilidad
El gobierno de Milei nacerá intervenido. Su peso territorial será nulo y su poder, recluido en la Casa Rosada, el gobierno de una nación que flota inerte por encima de provincias dotadas de muchas de las atribuciones que pretende avasallar.

En el Congreso tendrá –acaso sin fugas, porque el poder y el manejo de cajas son incubadoras en la intemperie del invierno– unas 40 bancas en la Cámara de Diputados y ocho en el Senado, fuerza a la que sumará tropas mercenarias venidas del PRO, cuya lealtad dependerá de que haya negocio. Negocio político, claro.

Así las cosas, ¿qué quedará del programa radical, furioso y destructivo que elevó al presidente electo en el inicio de su carrera, allá por el cercano 2021? ¿Habrá dolarización? ¿Habrá cierre del Banco Central?

Si la hay, ¿la dolarización tomará forma como una política ejecutada o como producto de una mera dinámica de mercado, algo que sería muy del gusto de un anarcocapitalista o de un minarquista por opción? Lo segundo ocurriría por puro impulso de expectativas, pero podría encontrar una narrativa en la «libre elección de monedas», ese camino serpenteante y más traumático a la dolarización que Bullrich propuso en su fallida campaña y que terminó formando parte, de modo intermitente, del lenguaje de Milei. Pudiendo elegir, lo que implica la disposición de cierta incidencia sobre las relaciones de mercado, ¿quién optaría por cobrar en pesos y pagar en dólares? Solo un loco.

Convendría, desde la misma noche de este domingo, empezar a seguir la cotización del dólar cripto –que opera de día y de noche, en fines de semana y feriados– y, desde el martes, los avatares de los mercados cambiarios paralelos. La acechanza, tantas veces mencionada, de una devaluación violenta del peso, potencialmente licuadora de los ingresos populares, es el principal tema a seguir. ¿Se dará o la intervención del macrismo –incluso con cuadros en el gabinete– será leída por el mercado como una fuerza moderadora que limite o posponga un estallido?

Asimismo, ¿qué será del Banco Central? Su próximo presidente, Emilio Ocampo, era el hombre que debía quedar en la historia como su liquidador, pero en los últimos días sorprendió al abrazarse a otro mantra de la campaña bullrichista. «Lo que hay que cerrar definitivamente es la capacidad del poder político de emitir dinero discrecionalmente para financiar su exceso de gasto. Hay ciertas funciones del Banco Central que son necesarias», dijo.

Con dolarización de facto –con permanencia testimonial del peso– y con la permanencia de un Banco Central limitado a tareas de supervisión del mercado financiero, Milei encontraría su programa y gambetearía las limitaciones constitucionales sobre las que le advirtió, hace algunas semanas, Horacio Rosatti. ¿Después? ¿Qué importa del después?

Si Milei, ya instalado en Balcarce 50, tuviera éxito en implementar su idea del ajuste –limitación severa, por lo menos, de las transferencias a las provincias, cancelación total de la obra pública, desarticulación del sistema de ciencia y tecnología sostenido por el Estado, despidos masivos en el Estado, privatizaciones razonables y demenciales, cierre de ministerios y dependencias varias…–, la calle podría hervir tempranamente. Si no lo hiciera y los favores políticos que debe supusieran el precio de la inmovilidad, el estallido económico que tantas veces dijo desear podría acontecer ante sus ojos. Con este, el social.

«Si ves al futuro, dile que no venga», escribió, estragado por un cáncer de lengua, Juan José Castelli poco antes de morir.

La vida sigue y también la democracia. Ojalá el futuro nos sorprenda para bien.

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