Dolor y fortaleza: la Ciudad ha quedado marcada por la inundación y aún lucha por recuperarse
El 2 de abril del año pasado La Plata sufrió un golpe sin precedentes . Hace un año La Plata vivía una de las jornadas más terribles de toda su historia.
Un diluvio sin precedentes se abatió sobre la Ciudad y provocó la inundación de buena parte del casco urbano, con secuelas dramáticas de las que aún mucha gente no ha podido reponerse. En 24 horas cayeron 392 milímetros cuando el promedio histórico para todo el mes de abril es de 93,6. Es decir que llovió en un día cuatro veces más de lo que normalmente llueve en treinta.
La Ciudad sufrió en ese contexto un golpe gigantesco. Por un lado, la pérdida de vidas humanas con su secuela de dolor irreparable; por otro, el impacto psicológico en chicos y grandes que atravesaron por una experiencia absolutamente traumática. Fueron horas de angustia profunda y de desolación.
Para miles y miles de familias, mirara alrededor era encontrarse con sus casas arrasadas, con su historia hecha pedazos, con sus hijos desconcertados y aterrados. Las historias de tragedias, dramatismo y angustia se multiplicaban por decenas de miles.
Ponerle cifras al drama resultó arduo y controvertido. En realidad, nadie quedó a salvo de aquella tragedia que golpeó con furia a la Ciudad. Miles de familias perdieron todo. Lo mismo les ocurrió a una gran cantidad de comerciantes, profesionales, pequeños productores e instituciones.
Aún hoy, son muchos los que hacen enormes esfuerzos para recuperarse de aquellas pérdidas. En medio de ese paisaje desolador, la propia comunidad mostró algunos de sus mejores valores. Fue impresionante la ayuda solidaria que se brindó de manera espontánea (ver pág. 12). Como también fue notoria la fortaleza y la entereza con la que los afectados encararon la reconstrucción de sus hogares, de sus comercios, de sus talleres o sus estudios profesionales.
Fue conmovedor ver en los días posteriores al desastre el empeño de los vecinos por salvar lo que se podía salvar y de concentrar sus energías en volver a empezar. Familias que se ayudaban unas a otras; gente que salía a ofrecer su tiempo, su trabajo, aunque más no fuera su hombro solidario para aliviara a los más golpeados. Se vio, en medio del drama, la fibra de una comunidad sana que, aún en medio del dolor y la impotencia, se pudo poner de pie para enfrentar la peor adversidad. Ha pasado un año y, como se dijo, las marcas están ahí.
Para muchos de los damnificados, la recuperación todavía no se ha completado. Tuvieron que vivir durante meses con las paredes de sus casas manchadas, con sus cosas húmedas y sus recuerdos destrozados. Y tuvieron que salir a pedir créditos y ayudas de otro tipo para volver a empezar.
Las huellas psicológicas también son palpables a un año del desastre. Basta comprobar la angustia con la que se vive en la Ciudad cada tormenta fuerte.
EL DIA