Daniel Innerarity: “El gran riesgo es que la política llegue a ser irrelevante”
Teórico de la política y siempre con un ojo en el futuro, Innerarity fue en las últimas elecciones autonómicas el último en la lista de Geroa Bai que encabezó Uxue Barkos.
En esta entrega de la serie ‘Así pasen cien años’, el filósofo reflexiona sobre cómo será la política en el siglo XXII
Bilbao, 1959. Es catedrático de Filosofía Política y Social, investigador en la Universidad del País Vasco y director de su Instituto de Gobernanza Democrática. Profesor invitado, entre otras universidades, en la Sorbona (Paris I), en el Robert Schuman Centre for Advanced Studies del Instituto Europeo de Florencia o en la London School of Economics and Political Science. Es director de estudios asociado de la Maison des Sciences de l’Homme, en París, y titular de la cátedra Davis en la Universidad de Georgetown. Varios de sus libros han sido premiados en España y traducidos en Francia, Reino Unido, Portugal, EE UU, Italia y Canadá. En Galaxia Gutenberg publica ahora La política en tiempos de indignación.
¿Se da usted cuenta de que está diciendo que la política será mucho más complicada? Es que las sociedades cada vez son, y serán, más complejas. ¿Cómo es esa canción de Leonard Cohen que dice: “Qué grande era el mundo cuando no había espacio sin izquierda y derecha”? Era una gran simplificación. Y es que la manera que tenemos los seres humanos de orientarnos en el mundo es simplificando la realidad. Pero la realidad resiste poco esa simplificación y enseguida protesta y así intervienen otros factores, ¿no? Las democracias se mejoran haciéndolas más complejas, no simplificándolas.
¿Y dentro de un siglo seguirá igual de vivo el debate entre igualdad y libertad? Sin duda ese será uno de los grandes debates, con el agravante de que esa cuestión la habíamos domesticado en el seno de los Estados nacionales e incluso habíamos conseguido el llamado compromiso social democrático a partir del cual surgieron los dos grandes partidos de la posguerra. Ahora mismo la igualdad y la desigualdad son categorías globales. La gente no se está comparando con sus vecinos y con sus compatriotas. Se está comparando con las oportunidades que ve en lugares muy remotos del mundo a través de los medios de comunicación. Con lo cual las categorías de comparación son mucho más amplias.
¿Encontraremos la solución? ¿Cuánto habremos avanzado en el siglo XXII para lograr unas sociedades con una mejor distribución de la riqueza? Ahora mismo es una fuente de inestabilidad brutal. Por ejemplo, con la inmigración. Nos hemos hecho la ilusión de que es un fenómeno que se puede detener con muros y verjas, y la inmigración solo se detiene equilibrando espacios en los que no haya tantas altas y bajas presiones, porque esto es un fenómeno meteorológico. Es pura física. La tremenda desigualdad que vivimos va a producir una serie de reacciones inevitables si no logramos acabar con ella.
¿Habrá fronteras, habrá muros? Que no es lo mismo… Por supuesto que no es lo mismo. Habrá fronteras, pero no muros, porque la frontera es un espacio de delimitación que no cierra. Es un espacio de comunicación que permite el paso y que no estigmatiza necesariamente al foráneo. Pero no habrá muros porque se habrá hecho patente su inutilidad. Los muros solo sirven para reconfortar ilusoriamente a una población que tiene miedo.
¿Cómo será la inmigración en el siglo XXII? Porque a esas alturas ya estaremos todos muy mezclados… Ya lo estamos. Ahora mismo las poblaciones mestizas son más numerosas que las poblaciones monoétnicas. La mayor parte de la gente es plurilingüe en el mundo. Lo que es una rareza es el monolingüismo. Estoy encantado de vivir en una sociedad bilingüe, incluso plurilingüe, y ojalá eso sea una realidad. Dentro de unos años pensaremos en el monolingüismo y la etnicidad cerrada como una rareza. Lo cual no nos impedirá valorar una lengua propia y unas costumbres y unas tradiciones. Pero las entenderemos dentro del contexto de flujos y de contaminaciones. De hecho, si examinamos la mayor parte de nuestras costumbres, tienen un origen foráneo. Hay cantidad de costumbres que nos parecen el colmo de lo auténtico de nuestra cultura, y a veces es rotundamente falso. La trikitixa en el País Vasco, por ejemplo, que es una especie de acordeón pequeño que todos asociamos con lo más típico nuestro, llegó con los tiroleses que en el siglo XIX vinieron a construir el ferrocarril y tocaban un instrumento que sonaba muy raro y que los habitantes de aquel mundo rural vasco llamaban infernuko soinua, el sonido del infierno. Pues hoy día nos parece que es una cosa de toda la vida…
¿Hay algo peor que malos partidos? Sí, un mundo sin partidos”. ¿Tendremos una gobernanza mundial? ¿Necesitaremos una ONU? Lo que Ulrich Beck llamaba la sociedad del riesgo es una sociedad que presiona hacia la cooperación. Nos está obligando a cooperar, y esto significa que tenemos que entender la nueva gramática de los bienes comunes cuando venimos de una vieja gramática de los bienes privados o de los bienes estatalmente articulados, gestionados y defendidos.
Estamos más bien acostumbrados a relaciones de fuerza no cooperativa. ¿Cómo pasamos de una gramática a otra? Pues nuestra manera de pensar más habitual es trasladar las categorías del Estado-nación al plano global. Eso no va a funcionar nunca. Lo que habrá, creo yo, serán múltiples instituciones regionales que actuarán autónomamente para resolver problemas comunes. Por simplificar las cosas, iremos a una multiplicación de espacios de cooperación intensa del estilo de la Unión Europea. La UE es el experimento político más interesante de los últimos años. No hay ningún precedente en la historia de la humanidad de unos Estados soberanos que renuncian a una parte de su soberanía para dotarse de una institucionalización común. Así que no habrá Gobierno mundial, sino más bien un sistema de gobernanza formado por acuerdos regulatorios, institucionalizados por procedimientos que exijan determinadas conductas a quienes forman parte de ellos sin la presencia de Constituciones escritas o de poder material. Esta yo creo que va a ser la gran innovación, un sistema complejo que tenga la capacidad de que se hagan ciertas cosas sin la capacidad de ordenarlo. Ya sé que es una paradoja. No habrá una autoridad en el sentido estatal de la palabra, soberana, pero habrá ciertas capacidades a través de incentivos, saber experto compartido, identificación de bienes comunes, que de alguna forma obligarán a los agentes políticos.
¿Y qué será de los nacionalismos? Hay dos tipos de nacionalismos que requieren una cierta explicación. Por un lado, los nacionalismos de las naciones-Estado: Alemania, que mira solo sus intereses; España, que rechaza la cuota de migración; Francia con Jean-Marie Le Pen. Pero yo creo que el rechazo de los Estados nacionales de avanzar en la integración que se da en Europa en estos momentos responde más a que las poblaciones se sienten socialmente desprotegidas que a una lógica nacional. Y todavía identificamos, excesivamente a mi juicio, los espacios nacionales con el lugar de la protección. A mí me parece que en este mundo, las naciones sin Estado, las regiones, las ciudades, esos espacios de entre unos seis y diez millones de habitantes que pueden ser Baviera, Cataluña, País Vasco o Escocia, lo que tienen que desarrollar es una inteligencia adaptativa y aprender mucho con mayor rapidez.
¿Qué idea del progreso tendremos en el siglo XXII, una vez vistos los adelantos que hoy ya nos asegura la ciencia? Tendremos progresos, pensaremos más en progresos que en progreso. El progreso era una enorme simplificación que establecía un eje en virtud del cual ordenábamos el mundo en una línea en la cual en un extremo estaban los progresistas y en otro los reaccionarios, y en estos momentos no es exactamente así. No porque no haya progresistas y reaccionarios, sino porque hay muchas más cosas. Pensemos que cierta derecha es más modernizadora que cierta izquierda que tiene un lenguaje e incluso unas actitudes tremendamente conservadoras. Esto ha complicado mucho el panorama. Probablemente declinemos la palabra “progreso” en plural. Y entenderemos que puede haber progreso en lo económico pero que haya retroceso en lo social, que puede existir un progreso tecnológico que implique un retroceso en cuanto a los valores éticos… Tendremos que hacer un sudoku de esas líneas. Cada civilización, cada sociedad democrática, acertará si sabe hacer la síntesis adecuada. Solo quienes sepan resolver ese juego tendrán su lugar en la política del siglo XXII.
EL PAIS
PUBLICADO EN LANUEVACOMUNA.COM