Las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos no solo fueron una contienda entre Kamala Harris y Donald Trump, sino un laboratorio de transformación para la política en la era digital. La competencia se definió por innovaciones tecnológicas que remodelaron las reglas del poder, marcando el inicio de una era de «gobernanza algorítmica».
Lo real y lo simulado: fronteras difusas
Un elemento central fue la proliferación de deepfakes y contenidos generados por inteligencia artificial. Estas tecnologías alcanzaron un pico sin precedentes, acumulando 163 millones de visualizaciones en X (antes Twitter). Lejos de limitarse a propaganda tradicional, crearon narrativas paralelas que complicaron distinguir entre lo verdadero y lo manipulado, sumiendo a los votantes en un mar de incertidumbre.
En términos de inversión, las campañas adoptaron estrategias marcadamente digitales. Mientras Kamala Harris destinó 31,5 millones de dólares en publicidad de plataformas como Google y YouTube, Donald Trump, con 9,3 millones, optó por una táctica más ecléctica, equilibrando recursos entre medios tradicionales y digitales. Sin embargo, estas cifras solo rozan la superficie de un cambio estructural: la conversión del discurso político en un producto monetizable.
El algoritmo: el nuevo operador político
El verdadero cambio estuvo en el uso de algoritmos que, más allá de segmentar audiencias, generaron discursos adaptativos en tiempo real, ajustados a las reacciones emocionales y cognitivas de los usuarios. Esta «política líquida» redefinió las campañas, transformándolas en entes dinámicos e impredecibles.
Harris optó por priorizar Meta, invirtiendo 3,5 millones en apenas una semana, mientras Trump empleó un enfoque híbrido. Estas estrategias divergentes revelan dos formas de entender la nueva ecología mediática, pero comparten la misma premisa: en 2024, lo digital no fue un complemento, sino el epicentro del debate político.
La verdad en crisis
El mayor impacto de esta digitalización masiva se evidenció en una crisis de la verdad. Según el Índice AI 2024 de Stanford, el 57% de los estadounidenses expresó una preocupación aguda por el papel de la inteligencia artificial en la manipulación electoral. Este fenómeno subrayó la fragilidad de la verdad en un mundo donde las plataformas digitales actúan como árbitros de lo real y lo ficticio.
Aunque plataformas como X y Meta intentaron contrarrestar esta ola con moderación de contenido, estas medidas resultaron insuficientes. Las etiquetas de advertencia y la eliminación de información falsa no lograron detener la propagación de narrativas alternativas, exponiendo los límites de los métodos tradicionales de control.
Un desafío para la democracia
Estas elecciones no solo alteraron la forma de hacer política, sino que cuestionaron las bases mismas del sistema democrático. La capacidad de las campañas para moldear realidades paralelas plantea un desafío urgente: ¿cómo preservar la democracia cuando la verdad es moldeable y fluida?
Regular la tecnología y fomentar la transparencia son pasos necesarios, pero insuficientes. Es esencial promover una alfabetización digital que permita a los ciudadanos navegar en un entorno donde lo real y lo virtual se entrelazan constantemente.
Repensar la democracia no es una opción; es una necesidad en un mundo donde los algoritmos tienen el poder de decidir qué vemos, qué creemos y, en última instancia, cómo votamos.
La Nueva Comuna