Incluso sectores de la izquierda ajenos al catolicismo sentirán la ausencia de Francisco. Me incluyo entre ellos. Las poblaciones empobrecidas del sur global, los pueblos sometidos por siglos de colonización, echarán en falta al primer Pontífice que, tras quinientos años, pidió perdón en nombre de la Iglesia a los pueblos originarios. Lo extrañarán los cubanos: Francisco actuó como mediador entre Estados Unidos y Cuba. También los venezolanos lo recordarán. Basta rememorar el encuentro de Maduro con él y la posterior distensión en Venezuela. El respaldo de Francisco a Lula fue explícito; denunció el lawfare a nivel global y siguió de cerca el trabajo de Valeska Teixeira, Cristiano Zanin y Rafael Valim, autores del primer libro brasileño sobre el tema. Los chinos recordarán al Papa que los escuchaba. Los palestinos añorarán al único líder religioso de peso que se atrevió a llamar genocidio al exterminio perpetrado por Israel. Algunos sectores del peronismo no recibimos con entusiasmo la noticia de que Bergoglio había sido elegido Papa. Fue un error nacido de la ignorancia. Francisco logró que fuera la derecha quien arremetiera contra el Papa, un fenómeno que antes era propio de la izquierda. Su paso por la historia dejó una marca imborrable. En la Iglesia Católica, hay un antes y un después del primer Papa nacido en América Latina.
Se suele decir que los dos primeros viajes papales fuera del Vaticano definen un pontificado. El primero fue a Lampedusa, isla italiana que recibía a quienes sobrevivían la travesía desde África. El segundo fue a Brasil. “Dios, con su amorosa previsión, quiso que el primer viaje internacional de mi pontificado me permitiera regresar a la amada América Latina, específicamente a Brasil”, dijo Francisco al llegar, acompañado por Dilma Rousseff. No era su primer encuentro: Dilma fue la primera líder mundial recibida por él tras asumir. El mensaje fue elocuente. En una entrevista con TeleSur, el sacerdote jesuita Numa Molina relató que, en una reunión privada en 2013, el Papa le confesó: “está en juego el sueño de San Martín y Bolívar”. Los libertadores soñaban con una Patria Grande. Perón decía que el año 2000 nos encontraría unidos o dominados; Francisco, en la segunda década de este siglo, contribuyó a consolidar la unidad de los sectores populares organizados.
Francisco llegó a Brasil en pleno auge de las protestas por el pase libre en el transporte público. Oficialmente, iba a participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Dilma contó que el Papa esperaba una gran movilización. En aquel discurso, con fuerte impronta peronista, Francisco citó a Juan Pablo II hablando de la juventud, y recordó que el evento había sido convocado por Benedicto, reconociendo la continuidad de los papados. Durante la vigilia en Río, llamó a los jóvenes a involucrarse, a ocupar las calles, a organizarse. Hablando en castellano, les pidió protagonismo: “no se pongan en la cola de la historia, vayan al frente, jueguen, pateen, sean protagonistas, ustedes tienen que construir otro futuro, no dejen su futuro en manos de otros”. ¿Qué figura política interpela así a las juventudes hoy? ¿Quién las convoca a la acción colectiva, a la fraternidad, a la preocupación por el otro? Y fue claro en que no los llamaba a sumarse a ONG.
No se puede comprender el impacto de Francisco sin observar lo que pasó en América Latina en los 2000. Kirchner fue el primer presidente argentino en pedir perdón, en nombre del Estado, por los crímenes de la dictadura. Francisco, el primer Papa que pidió disculpas a los pueblos originarios. En 2004, Lula impulsó un “partido por la paz” en Haití. En 2014, Francisco organizó otro “Partido por la Paz”, gestionado por Javier Zanetti. Zanetti tenía su lista de invitados, pero no incluía a Maradona. “¿Y Maradona?”, preguntaba el Papa. Zanetti esquivaba la cuestión. Entonces Francisco llamó a Eduardo Valdés, exembajador argentino en el Vaticano, para que hiciera el contacto.
Valdés contó que Diego se emocionó al saber que el Papa quería verlo. En el encuentro, Francisco le pidió jugar por la paz. Diego se volvió hacia Valdés y le dijo: “agenda otra reunión con Francisco, necesito verlo de nuevo. En cuanto me puso la mano en la cintura, vi a mi madre en el cielo y sentí su energía. ¡Este hombre es distinto! ¡No es como el otro, que era arquero y no entendía nada de nada!”. Maradona no simpatizaba con Juan Pablo II. Le pidió a Francisco que bautizara a su hijo. Y Francisco le dijo que llevara a todos, que los bautizaría a todos. Según Valdés, eso llevó a Diego a acercarse a hijos con los que no tenía vínculo.
Francisco medió para frenar la guerra en Siria. Obama le pidió que interviniera en el caso cubano. También alzó su voz por la paz en Sudán. Se enfrentó al neocolonialismo, a los intereses de las corporaciones globales, y por eso se ganó enemigos como Steve Bannon. Lo tildaron de “Papa comunista”. En tiempos tan turbulentos, las palabras de Francisco se vuelven herramientas poderosas para recordar a los cristianos los principios que los fundan. ¿Es posible declararse cristiano y creer que cada uno debe arreglárselas solo? ¿Puede haber cristianismo sin solidaridad? ¿Puede haber fe sin justicia social? Francisco interpeló al mundo desde una visión profundamente cristiana. Como decía Chávez, Jesús fue el primer comunista. La Biblia misma lo retrata enfrentando al poder, y eso le costó la vida.
Dio voz a los invisibilizados, o potenció la voz de quienes casi no eran oídos. Introdujo el tema ambiental en la agenda eclesiástica. Impulsó el histórico encuentro con movimientos sociales, que organizó Juan Grabois. Apoyó a Evo Morales cuando el Episcopado boliviano se alineaba con el golpe. Recibió a Maduro cuando la derecha venezolana, con respaldo estadounidense, fantaseaba con un derrocamiento. Con eso dejó claro que el camino era democrático. Francisco denunció la condena sin pruebas a Lula. Fue el primer Papa que aceptó bendecir parejas del mismo sexo. Dilma Rousseff lo resumió bien: “él es el primer Francisco, es el primer jesuita, es el primer latinoamericano, es el primer argentino”.
Hoy más que nunca necesitamos fomentar la participación social, recuperar el valor de la solidaridad, ofrecer nuestro tiempo para construir soluciones colectivas y recordar que en América Latina existe un catolicismo que siempre luchó contra la injusticia. En esa línea, la Biblia y las palabras de Francisco son recursos clave para generar conciencia y construir una sociedad más justa, más sensible, menos indiferente. Francisco se puso del lado de los empobrecidos, de los olvidados, de los últimos, con un mensaje de amor, perdón, justicia y paz —eso también es el catolicismo—, y denunció sin tapujos el genocidio. Con él, muchos descubrimos una Iglesia que no conocíamos. Que haya existido un Francisco es la prueba de que esa fuerza existe y se expande. Las fuerzas que lo resistieron, sin embargo, también persisten. Pronto veremos si su legado perdura o si tendremos que esperar a otro Papa que vuelva a conmover al mundo.
La Nueva Comuna