El torso de Antonio Pozo se encorva mientras tose seca y repetitivamente. Sus ojos se ven humedecidos por el esfuerzo cuando retoma la compostura y se apoya en un promontorio de hormigón ubicado en la explanada que da acceso a la estación de tren de Príncipe Pío de Madrid. Este hombre de 67 años, junto a su muleta y una lata de cerveza, no responde el perfil del nuevo superhombre nacido de la pandemia de coronavirus: ni se lava las manos a menudo ni se queda en casa porque, simplemente, no tiene hogar. “Estoy tranquilo, me da igual lo que me pase”, dice este antihéroe contemporáneo ajeno al temor generalizado.
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