En las redes sociales, libertarios y militantes de derecha intentaron apropiarse de la simbología de la obra
Desde su publicación original en 1957, El Eternauta ha sido mucho más que una historieta de ciencia ficción: es un manifiesto ético, político y colectivo. Su lema más recordado, «Nadie se salva solo», condensa una filosofía de vida y una advertencia sobre los tiempos que corren. No es casual que cada vez que el clima social se vuelve oscuro, esa frase vuelva a resonar con fuerza. Tampoco es casual que ante el reciente estreno de la serie en Netflix, un sector de la derecha libertaria haya salido, casi con desesperación, a intentar torcer el mensaje y apropiarse del relato.
En Twitter, Santiago Oria, cineasta y colaborador del presidente Javier Milei, escribió eufórico: “Estoy estallado que El Eternauta no es el panfleto anti-Milei que querían los kirchneristas. Y es mucho más de derecha que el cómic original.” Para Oria, el hecho de que el protagonista sea un veterano de Malvinas, que aparezca una monja como figura del bien y que el Ejército Argentino sea retratado como solidario y no autoritario, convierte automáticamente a la serie en un producto “antikirchnerista”. En su lectura, todo lo que no diga explícitamente “Milei es el mal” equivale a un triunfo cultural libertario.
Algo similar expresó Alejandro Álvarez, funcionario del área educativa a nivel nacional, quien afirmó que “el mercado domó” y celebró que “los productores y Netflix quieren ganar guita y lo woke no paga”. También destacó que en la serie “los que tienen pinta de chorros son chorros” y que “los sociólogos no sobreviven”, en lo que parece una lectura más ideológica que artística.
La urgencia con la que estos sectores intentan interpretar a El Eternauta desde su propia visión del mundo no sólo revela desconocimiento del espíritu original de la obra de Oesterheld, sino también un intento de vaciamiento simbólico. Quieren borrar la memoria de una historieta profundamente influenciada por el contexto político de los años 50 y 70, escrita por un autor desaparecido por la dictadura militar.
La serie, sin embargo, no borra ese espíritu. A pesar de los matices, los cambios narrativos y la adaptación a un formato audiovisual moderno, hay una línea que se mantiene firme: la resistencia colectiva. Los personajes se organizan, luchan juntos, comparten recursos, se refugian en comunidad. Se hacen llamar “la resistencia”.
Que haya soldados solidarios o una monja heroica no convierte a la historia en una exaltación de la derecha. Más bien, subraya que el heroísmo no es propiedad de ninguna ideología, pero la salvación, la verdadera salvación, sólo puede ser colectiva.
Mientras los libertarios celebran que no hay feminismo explícito ni guiones “de Malena Pichot”, se les escapa lo esencial: la serie dice, literal y simbólicamente, que nadie se salva solo.
La discusión queda saldada. Al menos hasta que la derecha decida producir su propia distopía donde los sobrevivientes se salven cada uno por su cuenta.
Nahuel Barros
La Nueva Comuna