“De la dignidad al ridículo hay sólo un paso”
—Adolf Hitler
Milei no gobierna: distrae. Cambia el eje de atención. Confunde. Desordena el discurso político. Provoca. Espanta. Hace espectáculo. Y, cuando le abren las puertas, sube al instrumento del Gran Organillero que tiene su propio show montado en Washington DC.
Ya no representa ninguna sorpresa. Aunque en Argentina las “películas” tienden a llegar años después de su estreno. Con menos artificios pero con gestos más teatrales, numerosos dirigentes del ámbito político y empresarial global han recurrido a la misma táctica: lanzar una provocación, captar la atención, dirigir la conversación, polarizar audiencias y cimentar su base de seguidores entre quienes los aman o los detestan.
¿Qué otro motivo podría llevar a un presidente liberal y economista (¿?) a presentarse en el Foro de Davos —un espacio eminentemente corporativo— para declarar que sus enemigos son los homosexuales, el feminismo, las políticas de equidad, el ecologismo, la inclusión y los inmigrantes? Eso sí: de negocios, ni una palabra. No volvió con un acuerdo, un euro, una rupia ni un perro verde. Nada.
Lo cierto es que figuras como Milei, Donald Trump (quien perfeccionó esta estrategia en 2016), Elon Musk o Volodímir Zelensky capitalizan un problema común en nuestra época: el déficit de atención social. Con el aval y la complicidad activa de los medios masivos, logran evitar dar explicaciones profundas o coherentes.
Por ejemplo, su postura homofóbica declarada. Es sabido que ningún fascista homosexual deja de manifestarse homofóbico, un patrón que puede rastrearse en los ejércitos desde la Roma imperial. Las centurias compuestas por parejas del mismo sexo eran enviadas al frente porque el amor entre ellos los hacía protegerse y combatir con más ferocidad. Pero, claro, Milei no sabe sumar; mucho menos va a saber historia antigua.
Con una impunidad descarada, un sistema de protección mediático y la indiferencia de las mayorías, Milei y sus patrocinadores libran una batalla desigual. No es una “batalla cultural” como algunos la llaman, sino una verdadera “guerra por la construcción de sentido”.
Apolíticos del mundo… ¡uníos!
“¿Para quién canto yo entonces?”, se preguntaba hace 50 años un Charly García adolescente. Su respuesta, “si los humildes nunca me entienden”, parece describir el desafío de ciertos sectores militantes populares y democráticos en esta década incierta. ¿Dirigentes capaces de dar respuestas claras? Se pueden contar con los dedos de una mano.
García añadía otra reflexión: “Si los hermanos se cansan de oír palabras que oyeron siempre”. El electorado dejó claro en 2024 que estaba harto de discursos repetitivos y vacíos que llamaban a votar contra el “fascismo” cuando ni siquiera se explicaba claramente qué significaba eso.
El desafío sigue siendo el mismo: entender para quién se está hablando. En ese sentido, los partidos populares de la región han fracasado en conectar con sus bases. Evita, que sabía cómo llegar a su pueblo, jamás dudó en vestirse como una estrella de Hollywood. Como bien dijo Christian Dior: “La única reina que vestí fue Eva Perón”.
¿Somos como somos?
En una nota publicada en El Cohete a la Luna, me preguntaba por qué “cuanto más beligerante, grosero, provocador y criminal se muestra el antiperonismo, más conciliadora, educada y moderada se vuelve nuestra dirigencia”. Esta actitud, evidente en el gobierno de Alberto Fernández, parece mantenerse frente a las amenazas abiertas de Milei contra millones de argentinos.
Las denuncias de legisladores como Paula Penacca frente a sus comentarios contra la comunidad LGBT son necesarias, pero insuficientes. Parece faltar una conexión más amplia que haga sentir al pueblo contenido.
Fenómeno local
Que Milei es un fenómeno, nadie lo discute. Pero ¿qué implica esa palabra? Según la RAE, puede ir desde “prodigio” hasta “monstruosidad”. Sus seguidores lo veneran casi como un milagro, mientras que otros lo ven como un engendro.
En tiempos medievales, los considerados “anormales” eran temidos y marginados. Ahora, sus seguidores, muchos de ellos beneficiados económicamente por su gestión, lo endiosan como las tribus primitivas adoraban aquello que no comprendían.
Los verdaderos ganadores, sin embargo, son quienes están detrás de él: los grandes intereses económicos que ahora logran lo que no pudieron con dictadores, presidentes populistas o neoliberales anteriores.
Sobreactuación y plumas
Mientras tanto, la distracción es efectiva. En una semana donde la inflación alcanzó el 134%, el desempleo creció y las políticas de género fueron desmanteladas, el tema de conversación fue si Elon Musk hacía un saludo nazi.
Ante este panorama, uno podría pedir un meteorito al grito de “merecemos extinguirnos”. Pero, hasta que llegue, queda claro que Milei no gobierna: disimula. En este tiempo de sobreactuaciones, provoca con su histrionismo mientras otros lo aplauden, ignoran o insultan, pero pocos lo enfrentan con ideas y gestión.
Según el Merriam-Webster, el término “drag queen” describe a alguien que actúa con rasgos exagerados e intenciones teatrales, basándose en nociones tradicionales de género. Quizás sea la descripción más precisa para esta era de plumas y show mediático.
Con información de Pressenza
Publicado en lanuevacomuna.com