Ese estado de hibernación contrastó no sólo con la voluntad movilizadora mostrada por la CGT en el final de la campaña electoral e inmediatamente después, cuando protagonizó las marchas del 18 de octubre (en conmemoración atrasada del Día de la Lealtad) y el 17 de noviembre (Día del Militante) sino con la hiperactividad que exhibió en las últimas semanas Pablo Moyano, el miembro nuevo del Consejo Directivo y referente de los Camioneros. El número 2 de Hugo Moyano se sirvió de las instalaciones de la central obrera para organizar junto a su grupo de leales su participación en la protesta del 1 de febrero contra la Corte Suprema. También inició una campaña para presionar al Gobierno por una prórroga de la presunción de enfermedad laboral para el contagio de covid entre trabajadores.
Ninguno de esos actos y protestas tuvo como partícipe a sus colegas en la secretaría general de la CGT, Héctor Daer y Carlos Acuña. Los tres apenas coincidieron en la firma de un documento de respaldo al Gobierno frente al principio de entendimiento con el FMI. La crisis posterior a ese acuerdo que se desató en el seno del Frente de Todos y que incluyó la salida de Máximo Kirchner de la presidencia del bloque del Frente de Todos en Diputados sumió a la jefatura de la central nuevamente en el silencio. La semana pasada hubo un módico acto que el judicial Julio Piumato convirtió en tradición de Azopardo 802 en cada cumpleaños de María Estela Martínez de Perón para reclamar su sobreseimiento en la causa donde se investigan los crímenes de la Triple A.
El silencio y la diferencia de protagonismos se explica en que la unidad alcanzada en noviembre pasado jamás pudo disimular las históricas diferencias entre los sectores que componen la vida interna de la CGT. Por el contrario, casos como el de la “Gestapo” antisindical terminaron por acrecentarlas: de un lado, Pablo y Hugo Moyano se mostraron como víctimas de la persecución del gobierno de Mauricio Macri y cerca de otros dirigentes sindicados de igual modo; en tanto que los “gordos” de los grandes sindicatos de servicios y los “independientes” de buen diálogo con todos los gobiernos optaron por una cautela máxima y sólo se pronunciaron a través de comunicados y una presentación ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Lo mismo con la crisis interna que desató en el oficialismo el acuerdo con el FMI. Mientras los sectores tradicionales de la CGT apuntalan a Alberto Fernández y al equipo económico que lidera Martín Guzmán, los Moyano optaron por recomponer el vínculo con Cristina de Kirchner y con su hijo mayor. Y si bien los camioneros no descuidan su relación con Alberto Fernández (Pablo acudió a una reunión con el jefe de Estado en la Casa Rosada junto a los sindicatos del transporte nucleados en la CATT) todos los abordajes al poder político por parte de los dirigentes continuaron este año como acciones individuales sin coordinación en la central.
Es más: una invitación de Guzmán a la “mesa chica” de la CGT para contarle los pormernores del entendimiento con el FMI excluyó a Pablo Moyano y a la dirigencia de su sector. Esa omisión motivó una respuesta del camionero en tono de advertencia: “si el ministro cree que los gremios del transporte no somos importantes se equivoca”.
Ante cada desencuentro resuena el pronóstico hecho por el ferroviario Omar Maturano (La Fraternidad) un par de horas después del Congreso de Parque Norte que reunificó la CGT: “esto no dura seis meses”.
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Publicado en lanuevacomuna.com