Después de cuatro victorias presidenciales seguidas del Partido de los Trabajadores (PT) —el partido de izquierda, de Lula y Dilma Rousseff—, que sacó a más de 30 millones de brasileños de la pobreza, Brasil dio un giro radical: eligió con el 55,1% de los votos al ultraderechista Bolsonaro. Su rival, Fernando Haddad, quien reemplazó a Lula da Silva a última hora, se quedó con 44,8%, una diferencia de casi 10 millones de votos.
Sus simpatizantes le dicen “el mito” y su segundo nombre es Messías. Sus detractores ven en él a un fascista, machista, misógino, homófobo y racista. La prensa internacional lo ha descrito como una mezcla tropical del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con el mandatario de Filipinas, Rodrigo Duterte.
Al primero lo admira sin reservas (incluso proclamó que quiere un “Brasil grande”, una adaptación del “Make America Great Again” de Trump), y con el segundo coincide en su lucha frontal contra el crimen.
Durante 30 de sus 63 años Bolsonaro fue un congresista promedio que ganó notoriedad a punta de frases y actuaciones polémicas: “El error de la dictadura fue torturar y no matar”; “Ella no merece ser violada porque es muy fea”; “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No seré hipócrita: prefiero que un hijo muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo”. “¡No hacen nada! Me parece que ya no sirven ni para procrear”, dijo refiriéndose a una comunidad negra y además rindió tributo al ex coronel Carlos Alberto Brillante Ustra, condenado por secuestro y tortura durante la dictadura militar (1964-1985), al votar por la destitución de Dilma Rousseff.
Ya en campaña defendió el porte de armas para la población, se mostró a favor de la defensa de la familia tradicional y de eliminar beneficios para las minorías, usó al PT y a la izquierda como el blanco de todos sus ataques relacionados con corrupción y ha prometido cortar la pauta publicitaria oficial a los grandes medios, en parte por las denuncias que lo relacionaron con el bombardeo de noticias falsas.
Varios sectores señalaron al discurso de Bolsonaro como el responsable de una ola de agresiones y amenazas. Durante 10 días, el portal de investigación Agência Pública hizo seguimiento a esos casos y encontró que el 70% provenía de simpatizantes de Bolsonaro. De su lado, la Asociación Brasileña de Periodismo Investigativo ha documentado al menos 141 episodios similares contra periodistas durante la campaña, la mayoría también de bolsonaristas.
¿Y luego de todo eso es el candidato vencedor? Sí, “Bienvenido a Bolsolandia. Una tierra libre de opositores y victimización”, como dice un cartel custodiado por dos militares, caricatura de Claudio Mor que Folha de Sao Paulo publicó recientemente.
¿Qué hay detrás?
Junto al Brasil progresista, con un movimiento social fuerte que va desde los Sin Tierra, pasando por los sindicatos hasta el más reciente #EleNão o ‘Él No’, liderado por las mujeres contra Bolsonaro, y junto al Brasil que en los ochenta salió a las calles a exigir elecciones directas en plena dictadura, también conviven sectores que buscan cambios tras casi 13 años de izquierda (sin contar los últimos dos de Michel Temer que asumió el cargo tras la salida de Dilma).
En las masivas concentraciones a favor de Bolsonaro, en las que la gente siempre llevaba camisetas amarillas o de la selección de fútbol y banderas de Brasil, y en las que coreaba el himno nacional, había de todo. Empezando por la leyenda “mi partido es Brasil”, que parecía distanciarse de los partidos políticos. Poco apareció el partido de Bolsonaro, el PSL (Partido Social Libertal). “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, fue otro lema que parecía enterrar de entrada al Estado laico.
Entre los ‘hinchas’ de Bolsonaro, algunos añoran “el orden” impuesto durante el régimen militar y están contra “el comunismo” del PT, otros respaldan portar armas para defenderse de la delincuencia, otro grupo importante y en crecimiento es el de los evangélicos, que cuentan incluso con una importante bancada en el Congreso. También hay quienes admiten sentirse decepcionados del PT tras los casos de corrupción relacionados con miembros del partido y que se conocen como “Mensalão”, “Petrolão” y “Lava Jato”, y sin mostrar suficiente “autocrítica”.
En el marco de este último caso, el expresidente Lula está preso desde abril por corrupción pasiva y lavado de dinero. El mismo expresidente que era el favorito en todas las encuestas para ganar estas elecciones, que ha defendido su inocencia y que vio sus sueños de reelección truncados por la persecución política de la que se siente víctima.
Tampoco hay que olvidar que el Brasil de Lula (2003-2010) ya no está. Ese país que creció de forma estable y sostenida a una media de 4% anual, lo que permitió implementar programas sociales de redistribución de renta, ampliar el acceso a educación, reducir el desempleo, incrementar los ingresos y con ello el consumo. Ese país que vio cómo se expandía la clase media que ahora exige más y que se vio enfrentada a dos años consecutivos de recesión (2015 y 2016), debido a la caída de los precios de las materias primas, del consumo y la inversión. El año pasado Brasil apenas creció alrededor de 1% y desempleo alcanzó el récord de 12 millones en agosto, en una nación gigantesca de 208 millones de habitantes.
El deterioro económico empezó con el gobierno de Rousseff, pero también el político. Ya en 2013 grandes marchas se organizaron en el país para protestar contra la corrupción, la violencia y los deficientes servicios públicos y tres años más tarde, el Congreso sacaba del poder a la primera presidenta de Brasil en una cuestionada decisión que puso en el cargo a su vicepresidente Temer.
También hay quienes admiten sentirse decepcionados del PT tras los casos de corrupción relacionados con miembros del partido y que se conocen como “Mensalão”, “Petrolão” y “Lava Jato”, y sin mostrar suficiente “autocrítica”.
El poder de WhatsApp
La elección de Bolsonaro también tuvo otros protagonistas: las redes sociales. Si bien en elecciones de otros países Facebook estuvo en el centro de las críticas por la difusión de informaciones falsas, temas de privacidad y otros controles, en Brasil fue WhatsApp la plataforma que se llevó casi todos los reflectores.
Ante la centralidad que ambas empresas tuvieron en la difusión de información, tanto Facebook como WhatsApp publicaron en la prensa el domingo de las elecciones sendos avisos con recomendaciones para identificar “noticias falsas” y para evitar que se diseminen rumores y falsedades por esos canales. Ambos candidatos se acusaron de difundir este tipo de informaciones.
Facebook eliminó al menos 275 páginas y 172 perfiles por no cumplir las políticas de spam y autenticidad y WhatsApp hizo lo mismo con cientos de miles de cuentas, incluida la de un hijo de Bolsonaro. Incluso, la Policía Federal investiga el caso de empresas que apoyan a Bolsonaro y que supuestamente financiaron una campaña contra el PT con envíos masivos de información, tras un reportaje de Folha de Sao Paulo, sobre lo que sería una actuación ilegal. Resta por saber cuánta influencia tuvieron las redes sociales en las campañas.
Bolsonaro las usó permanentemente. Con 7,7 millones de seguidores en Facebook, casi 1,8 en Twitter y 4,6 en Instagram, el ahora presidente electo prefirió dirigirse a la población por esos medios, sobre todo después de recibir una puñada en el abdomen el 6 de septiembre durante un mitin. Desde su casa organizó transmisiones por Facebook Live, incluso tras conocer los resultados de la victoria, su primer mensaje fue por ese medio. Agradeció a Dios, a su familia, al pueblo, oró, prometió defender la Constitución y las libertades y ofreció gobernar siendo “el presidente de todos”.
Mientras tanto del otro lado, el PT promete liderar la oposición. “No vamos a dejar que este país retroceda (…) Vamos a defender nuestro punto de vista sobre todo lo que está en juego en Brasil a partir de ahora. ¡Coraje!”, afirmó Haddad tras reconocer la derrota.
CERO SETENTA
PUBLICADO EN LANUEVACOMUNA.COM