“Gritar tero en una parte y poner en otra el nido.”-relataba la canción popular, que, pese a lo que pueda suponerse, no explicaba el comportamiento del ave, sino la táctica del peronismo en los años de la Resistencia.
Esa misma estrategia viscosa, contradictoria, dilatoria es la misma que aplicó Alberto Fernández para tratar de poner fin a la Era del Cristinismo. Y va camino a lograrlo: ya le les rodeó la manzana a Cristina y a la Cámpora, y los obligó a aceptar competir en una PASO por las candidaturas del Frente de Todos. Más allá de que gane o pierda, les obligó a agachar la cabeza y aceptar sus reglas de juego. Algo impensado hasta hace muy poco: el dedo de Cristina ha perdido sus poderes, y Máximo tuvo que tragarse sus afirmaciones de que no confrontarían en una interna contra Alberto Fernández.
La bronca y el rencor que les provocó “el dolor de ya no ser” se tradujo en el cambio de actitud de “Wado” de Pedro, quien pasó de hacer declaraciones conciliadoras a retomar el tono agresivo que venía caracterizando al cristinismo.
De este modo, la secta de la Jefa confirmó su fracaso en el intento de forzar a la autoexclusión de Alberto como candidato, imponiéndole la proscripción que alegan que sufre su Jefa. Así las cosas, el Ministro del Interior disparó munición gruesa contra el primer mandatario, a quien acusó de impedir la creación de un ámbito de discusión para conciliar las candidaturas de la coalición oficialista.
«El presidente definió una estrategia hace mucho tiempo, donde muchos sectores del Frente de Todos le pidieron discutir parte de la estrategia. No existió el ámbito para discutirla, con lo cual la situación fue producto de la decisión unipersonal del Presidente que nos llevó hasta acá con su decisión estratégica.”-enfatizó.
Mal que les pese, la exitosa resistencia de Alberto significa una derrota para las pretensiones de un cristinismo cuyo poder de fuego aparece sensiblemente deteriorado. Gane o pierda Alberto o quien designe como su candidato en las PASO, ya ganó la disputa interna.
«Hoy nos queda ir a una PASO, donde el Presidente se va a presentar, es lo que tengo entendido. Sería muy bueno que el Presidente se presente, que el resto del Frente de Todos pueda armar una alternativa y que la gente pueda definir en las PASO.”-aceptó resignado. Ni a Cristina ni a la Cámpora han sido partidarios de tener en cuenta a las bases al momento de tomar decisiones o de decidir candidaturas. Lo suyo es el “dedazo”.
Confirmando esta vocación excluyente, De Pedro insistió en resaltar que la “aceptación” de participar en una PASO no fue el resultado de un consenso sino de una imposición de la Casa Rosada.
Por cierto, no es el cristinismo el único que comienza a desesperarse. También lo hace Daniel Scioli, quien estaba convencido de que el presidente sólo aspiraba a mantener cierto protagonismo para fortalecer la gobernanza en los últimos meses de su gestión, y ahora se cuestiona cuál es la verdadera intención del presidente. Por lo pronto, no le habilitó ninguna caja –ministerio, secretaría, ni una modesta sociedad de fomento- para financiar su candidatura alternativa.
Tal vez quien mejor interpretó dentro del peronismo el curso de los acontecimientos fue Guillermo Moreno, quien, luego de cuestionar sin pudor al presidente y a su gestión durante tres años, alertó hace unas semanas que “la lapicera de Alberto” es la más poderosa dentro del Frente de Todos de cara a una elección, y que el “candidato natural del espacio” no puede ser otro más que el presidente quien reivindica y autopercibe como exitoso a su gobierno.
En un segmento del reportaje que concedió a Tomás Rebord, y que marcó un récord de ingresos en la red You Tube, el presidente salió a defender su gestión con argumentos que difícilmente podrían contrastarse. Tal vez por eso fueron invisibilizados por los medios, tanto de la oposición como los ligados al cristinismo.
“¿Quién arregló la deuda con el Fondo? Alberto Fernández, ¿Quién tuvo que discutir con el Fondo para sacarle concesiones que el Fondo nunca había hecho? Alberto Fernández; ¿Quién tuvo que hablar con los acreedores privados para pedirles una quita de 48 puntos? Alberto Fernández; ¿Quién enfrentó la pandemia? Alberto Fernández; ¿Quién fue a buscar las vacunas? Alberto Fernández; ¿Quién enfrentó la guerra? Alberto Fernández; ¿Quién se plantó frente al G7 a decirles paren esta guerra porque nos está llevando al peor de los mundos? Alberto Fernández; quién fue a la Cumbre de las Américas y le dijo a Biden: por favor cambié la actitud con América de Sur y con América Latina porque ustedes no están portándose bien con América Latina, paren los bloqueos con Cuba y con Venezuela; ¿Quién hizo eso? Alberto Fernández; quién se sentó con Macron para buscar un camino de solución para los venezolanos cuando todos acá recomendaban que no hable de Venezuela y que deje a los venezolanos olvidados en el mundo, cuando en verdad tenemos en Argentina medio millón de venezolanos exiliados porque no se puede vivir en su Patria; ¿Qué yo no ejercía el poder?, ¿Quién dictó la Ley del Aborto?, ¿Quién sacó la Ley de los Mil días?, ¿Quién sacó el documento no binario?; ¿Qué yo no ejercía el poder?; lo único que yo no hago es un relato del poder que ejerzo.”-sentenció con contundencia.
Un elemental sentido común lleva a concluir en que, si una coalición aspira a renovar su mandato, no tiene otra alternativa más que la de llevar como candidato al presidente en funciones, sobre todo cuando fue designado para ese cargo por quien argumenta ser “la dueña de los votos”. Lo inverso equivaldría a reconocer que “nos votaron a nosotros pero gobernó otro”, por lo que ahora con un candidato diferente haríamos otra cosa. El juego de intentar ser oficialismo a la hora de recaudar y oposición a la hora de juzgar la acción de gobierno no es más que un infantilismo absurdo, que insulta la experiencia colectiva de cualquier sociedad.
Para peor para el cristinismo, y aún suponiendo que pudiera tener alguna alternativa de éxito a pesar de esa flagrante contradicción, la única que podría garantizar que efectivamente Cristina pudiera implementar su propia propuesta desde la presidencia sería ella misma. Pero en este escenario teórico cometió otro error imperdonable: renunció a ser candidata, argumentando que estaba “proscipta”. De este modo, si termina postulándose quedará demostrado que mintió. Y, si designa a un nuevo candidato que la represente, no habría ninguna garantía de que no terminara disparando misiles, como lo hizo con Alberto Fernández.
La disparatada alternativa de designar a un “tapado” como candidato de la Jefa, como sería el caso de Pablo González –actual Presidente de YPF-, sólo demostraría que, como Atila, “no volvió a crecer el pasto” allí por donde ella dejó su huella. Durante su extenso liderazgo no dejó un sucesor incuestionado, al cortar las aspiraciones –y también las cabezas- de todos aquellos que no estuvieran dispuestos a oficiar como instrumentos de su voluntad absolutista. Podría apuntarse que Axel o “Wado” de Pedro podrían “representarla”. Pero ninguno tiene la textura suficiente -¿aún?- para una postulación presidencial. En el caso del gobernador, el costo sería “entregar la provincia” al peronismo. El del Ministro del Interior es aún más complicado, por los cuestionamientos internos que sufre dentro del cristinismo de cuello negro.
Así las cosas, y aunque fuese derrotado –él mismo o su candidato “muletto”- en las PASO, Alberto ya habrá ganado. Ni fue un instrumento de Cristina, ni canalizó sus proyectos más trasnochados. Más aún, consiguió descargarle buena parte de la tinta que tenía en la lapicera con la que venía imponiendo candidatos y funcionarios a su gusto, sin preocuparse de la opinión del resto ni, mucho menos, de la militancia ni de sus votantes. Más aún, en algún tiempo su gestión será revalorizada por las condiciones en que debió llevarla a cabo –con las “cinco plagas” de por medio: herencia macrista, pandemia, acuerdos por endeudamiento, crisis financiera y sequía inédita-, con una oposición perversa y una socia mayoritaria de su propia coalición que no cejó en su insistencia en multiplicar sus disparos debajo de la línea de flotación del gobierno para tratar de reservarse el último bote salvavidas en caso de hundimiento.
Esto lo explicitó el presidente en la entrevista mencionada. «Tuve muchos consejos cuando asumí, pero seguí uno a rajatabla: el del Papa. Me dijo ‘a usted le va a tocar un tiempo difícil, lo van a tironear por todos lados. Por derecha y por izquierda, lo único que le pide es que antes de reaccionar trague saliva y cuente hasta 10’. Creeme que sirvió.»
Ahora el cristinismo deberá ir a una interna en los términos que impuso el presidente. Algo que ya quiso hacer Alberto como armador de Florencio Randazzo en 2017, pero no consiguió llegar a buen puerto. Pero el presidente es un “tiempista” que no archivó su proyecto. Sólo esperó que estuvieran dadas las condiciones para llevarlo a cabo.
Los próximos capítulos de la novela aparecerán muy pronto, pero nada conseguirá quitarle el mérito al presidente de ser el Antonio Cafiero contemporáneo. Tal como sucedió a fines de los 80 con don Antonio, quien quedó instalado en la memoria popular como quien prefirió garantizar la democracia y la participación partidarias al costo de ver naufragar sus propias expectativas presidenciales, superando las sangrientas críticas que recibió por entonces, a Alberto le cabrá un destino similar. Al fin y al cabo, el paso del tiempo termina siendo un fabuloso e implacable ordenador que impone su propio ajuste de cuentas.
Ahora todas las miradas están centradas en las movidas que ambos sectores ensayarán en los próximos días, previos a un momento clave: la reunión del Consejo del Partido Justicialista, pautada para el 15 de abril y que, seguramente, no será armoniosa. Pero, más allá del eventual resultado del presente proceso electoral –tanto interno como general- el “fin del cristinismo” –no del “kirchnerismo”-, más temprano que tarde, ya está decretado.
En Transición
Publicado en lanuevacomuna.com