Desde la ruta hasta el río, pasando por las enormes plantas aceiteras y sus puertos privados, nos adentramos en el complejo oleaginoso más poderoso del planeta. Una cosa es leer sobre él, otra muy distinta es entrar al interior de esta maquinaria colosal. Escuchar los impactantes números de exportaciones o los debates sobre la “liquidación de divisas” es una cosa, pero acercarse al circuito que conecta los campos sojeros, las megaplantas que extienden sus tentáculos por el Paraná y llegan hasta la Bolsa de Chicago, donde se define cuánto cuesta comer, es algo totalmente diferente.
Los carteles en el frente de las fábricas no dejan lugar a dudas sobre quiénes son los dueños del “oro verde”. Los logotipos de Cargill, Dreyfus, Bunge y Cofco lo dejan claro. Por si hiciera falta, los letreros también están escritos en inglés, francés o chino.
Los datos que llevábamos anotados antes de empezar el recorrido se transformaban en una escena imponente.
Pero, mientras comenzábamos nuestro trayecto, el gigante se tambaleaba. La cámara empresaria se daba por vencida. “Les pedimos que recapaciten”, decía su vocero entre lágrimas en los medios nacionales. Eran ya siete días con barcos detenidos, camiones estacionados, playas desiertas y máquinas apagadas. Un delegado aceitero replicaba: “Juegan con nuestras necesidades, pero les duele no poder producir. La huelga demuestra quién genera la riqueza”.
Entonces, volvimos a la pregunta inicial: ¿quién manda?
El recorrido desde el megapuerto de Cargill en Villa Gobernador Gálvez hasta la planta de Renova en Timbúes, un tramo de casi 70 kilómetros, es un retrato extraordinario de las contradicciones del capitalismo.
Paso a paso, los contrastes se hacen evidentes.
De un lado, la moderna planta de Renova, que presume de tener la mayor capacidad de procesamiento del mundo: 38.000 toneladas diarias. Del otro lado, el precario asentamiento de familias pescadoras. Un hombre llega a la costa remando, cuenta los sábalos y dorados que pescó, se queja del polvillo de los cereales y desaparece entre los árboles.
De un lado, los lujosos edificios de Puerto Norte, donde, al caer el sol, los residentes adinerados entrenan en gimnasios con vista al río o salen a trotar por la costanera rosarina. Del otro lado, a la misma hora, miles regresan a sus barrios y villas tras jornadas de trabajo mal remunerado. Aunque no sigan al INDEC, tienen claro que la pobreza no deja de crecer.
De un lado, los aceiteros en huelga cocinan mientras debaten si aceptar la conciliación obligatoria. Los periodistas que acompañan el paro prueban los mejores choripanes y arroz con pollo de la región. Del otro, las camareras terminan de alistar el banquete de los 140 años de la Bolsa de Comercio de Rosario. Canapés, mariscos y champagne. Hoy está invitado Milei.
El equipo de LID+ llega a la Bolsa buscando la versión opuesta. El personal de seguridad se resiste a la visita, prometen una entrevista que nunca llega. En su lugar, aparecen más guardias de negro en la entrada.
Los delegados aceiteros, en cambio, están dispuestos a conversar. ¿Por qué la huelga? ¿Cómo se justifica un salario básico de un millón y medio de pesos? ¿Qué son esas “9 necesidades” que mencionan? ¿Cómo ven la CGT? ¿Y el futuro del país?
Por momentos, sentimos que un dato o una entrevista nos acerca a la respuesta. “Esto es lo que demuestra la huelga: el poder de los trabajadores está acá. Nosotros producimos la riqueza y las ganancias”, dice uno en medio de una playa desolada, donde las palomas reemplazan a los camiones. “La huelga es para que entiendan que la riqueza la generamos los trabajadores con nuestra fuerza de trabajo”, agrega otro. Incluso un obrero “de base” se anima a hablar frente a cámara: “Sin la compañera de limpieza, las máquinas se traban por el polvillo. Pero aunque vengan todos los jefes, no pueden hacerlas funcionar. Sin nosotros, no funciona”.
Las conversaciones nos llevan a abrir nuevas líneas de investigación. Un periodista bien conectado con el “agronegocio” nos ayuda a dimensionar el negocio, desde la fusión entre granos y finanzas hasta los vínculos de los sojeros con diferentes gobiernos. Los datos contrastan con los relatos.
Algunos diálogos nos impulsan a revisar el archivo: la huelga histórica de 2015, que duró 25 días, y la de 2020, que se extendió durante todo diciembre hasta después de Navidad.
“Lo importante es que todo queda en la memoria de cada compañero”, señala un aceitero. Esa memoria permite ampliar el enfoque y comprender el panorama general. O casi.
Con esos testimonios, los archivos y nuestras investigaciones, vamos construyendo la crónica. Hay mucho material. Hay que cortar y reconstruir. ¿Cuál frase explica mejor la huelga? ¿Qué testimonio refleja mejor la organización? ¿Cómo transmitir el impacto de los contrastes, esos banquetes junto a la miseria? ¿Cómo incorporar nuestra mirada?
Y otro desafío: lograr que las imágenes, las palabras y la música atrapen al espectador en esta historia y sus debates. Romeo Guerra le da un toque cinematográfico.
Mientras editamos, la policía de Santa Fe detiene a uno de los protagonistas de nuestro relato. El docente Franco Casasola, delegado gremial y militante del PTS, es perseguido junto a otros dirigentes de ATE y AMSAFE por movilizarse contra las políticas de ajuste del gobernador Pullaro.
Los aceiteros suman una nueva razón para la huelga: paralizan las plantas exigiendo la liberación de los presos políticos y repudiando la criminalización de la protesta.
Cortemos acá. Porque la respuesta a aquella pregunta está en el video. Es una respuesta abierta, sí. La huelga general deja en claro quién mueve a este gigante y quién puede detenerlo. Pero no resuelve todo el debate. La realidad del Gran Rosario golpea como un cachetazo, recordándonos el inmenso poder político y social de las grandes cerealeras.
Y la respuesta, a su vez, plantea nuevas preguntas: ¿cómo canalizar esa fuerza y esas posiciones estratégicas para inspirar a otros sectores? ¿Cómo puede un triunfo aceitero unir a todos los golpeados por el modelo económico hasta lograr derrotarlo? ¿Cómo garantizar que nuestras infancias no pasen hambre y que el pueblo trabajador acceda, como mínimo, a esas “9 necesidades”?
Ese es quizás el principal objetivo de este material: no solo retratar las luchas obreras o dar voz a quienes desafían un poder tan inmenso. Desde La Izquierda Diario y el PTS, queremos aportar al debate sobre la capacidad transformadora de la clase trabajadora.
La única fuerza que, así como mueve el mundo, puede frenar la barbarie capitalista y reorganizarlo desde abajo para que esa tecnología y esos recursos estén al servicio de toda la humanidad.
Con información de La Izquierda Diario
Publicado en lanuevacomuna.com