También se habían instalado balnearios, residencias privadas y empresas dedicadas a la extracción de sal, barro radioactivo, jabones y otros productos vinculados a las propiedades curativas que se le atribuían al agua y el fango del lugar, que por su riqueza mineral y su alta salinidad es comparada con la del Mar Muerto.
En la época de la inundación, Epecuén ya tenía cerca de 60 años de vida, más de 200 establecimientos comerciales activos y 1.500 residentes. El terraplén se había empezado a construir a fines de 1970 para protegerla de las lagunas crecían por el canal Ameghino y las abundantes lluvias, que ya habían provocado inundaciones previas, aunque más leves. Desde 1980 a 1985, la muralla se iba reforzando un metro por año. Sin embargo, aquel domingo no aguantó.
La inundación fue lenta y les permitió a los vecinos rescatar algunas de sus pertenencias. «Nos subíamos al tren, algunos con la bicicleta, otros solamente a pie, para ir a ayudar a desarmar viviendas y hoteles. Fue un desastre único e inolvidable en todos los sentidos, el dolor, la gesta de mucha gente para volver a empezar, para volver de la nada absoluta a recrear sus vidas. Se quedaron sin la tierra, que es donde uno se asienta, donde tiene su cultura, sus amigos, sus costumbres, y, por supuesto, su trabajo y su vida», relató Doni.
Lo que más refiere el periodista de aquel fatídico episodio es el dolor de sus habitantes, que habían perdido seis décadas de historia en 15 días. «El de Poroto Bonjour, que me pedía que le dijera al Gobierno que le devolviera los frutales del patio de su casa porque era lo que más quería en la vida y nadie se los iba a poder devolver; otros que me decían que querían bajar caminando desde la escuela al centro como todos los días», recordó.
Rubén Besagonill tenía 22 años y vivía desde hacía dos con su esposa y su beba en Epecuén cuando se desató la inundación. Recuerda que después de un año repleto de lluvias, el terraplén estaba muy erosionado en su parte interna y el temor crecía entre los vecinos. Por seguridad, el sábado 9 de noviembre había viajado junto a su familia a Carhué a la casa de sus padres. Pero al ver por la ventana cómo una sudestada empezaba a soplar con fuerza, decidió emprender su regreso hacia la villa turística cerca de la 1 de la madrugada.
«A mitad de camino saqué a una camioneta encajada. Nos quedamos viendo qué pasaba, sabiendo que se iba a romper el terraplén», le contó a INFOCIELO el hotelero, quien junto a otros habitantes del lugar había calculado días atrás hasta dónde podía llegar el agua en caso de destruirse la contención.
«Estaba cortada la luz de la calle pero había una luna que dejaba ver clarito todo. Veíamos la espuma blanca del lago y después el borbotón de espuma grande», describió. Después, vieron crecer el agua y comenzaron a avisarle a los ciudadanos, algunos que, todavía dormidos, no sabían que esa noche sería recordada como el inicio de una inundación que duraría casi veinte años.
«El entonces gobernador Alejandro Armendáriz decidió mandar el agua de los campos hacia nuestra cuenca y en una semana subió dos metros y medio y tapó casi toda la villa», sostuvo Rubén. «Fue triste, la gente se dispersó para todos lados, algunos quedaron en Carhué, otros fueron a pueblos vecinos a refugiarse con familiares, los galpones de los campos se llenaron del desarme de los hoteles», detalló.
Seguro de que la inundación se podría haber evitado, hoy Rubén vive una dualidad. «Estoy contento de haber tenido 22 años en aquel momento porque hoy lo puedo contar; si hubiera tenido 40, como soy yo hoy, no sé si lo dejo inundarse, no sé cómo hubiera hecho, pero estoy seguro de que habría muerto en el intento», aseguró. Y explicó: «A la gente la trataron de alarmista, de todo se le dijo cuando querían hacer algo».
A 8 kilómetros del pueblo, Carhué albergó a la mayor parte de los habitantes de Epecuén y se configura actualmente como un centro turístico, con la laguna de Epecuén y las ruinas blancas que comenzaron a quedar al descubierto desde el 2004 como principales atractivos. «Son una imagen realmente fantasmagórica», describió Doni, y aseguró que comitivas de todo el mundo llegan al lugar a testimoniar su historia.
«Un pueblo fantasma único en la historia de la provincia de Buenos Aires, desaparecido por la negligencia del hombre y abandonado para siempre», resumió el periodista sobre los imponentes restos del desastre. Luego, remarcó que algunos de quienes eran muy jóvenes en aquella época intentan hoy revivir algunas de sus instituciones. «Queremos volver y estamos volviendo, ojalá el tiempo, el país y la economía nos lo permita», concluyó.
INFOCIELO
PUBLICADO EN LANUEVACOMUNA.COM